
AK-47 es un fusil de asalto soviético, diseñado por el ruso Mijaíl Kaláshnikov durante la segunda guerra mundial. El calibre de su bala es de 7,62 milímetros, y puede dar muerte a un blanco situado hasta 1.600 metros de distancia. Sus bajos costos, representados en sus materiales y su construcción, la convirtieron en el arma más numerosa del planeta, siendo utilizada en guerras desde Kosovo hasta el Congo. Entre los años 2001 y 2002 también cumplió un papel protagónico en la ciudad latinoamericana de Medellín, junto a otras armas letales, como las estruendosas ametralladoras M-60, las subametralladoras uzi y miniuzi, los fusiles Galil, los revólveres Rugger y Smith&Wetsson, las granadas de fragmentación y los petardos de fabricación casera. Este rifirrafe de armas disparando se debía a un asunto trascendental: la mafia expandía su poderío y libraba una gran batalla en el sector occidental de la Comuna Trece.
La Comuna Trece, similar a las favelas de Río de Janeiro o a las villas miseria de Buenos Aires, consiste en un conglomerado de barrios pobres, establecidos en las afueras de la ciudad, en el extremo occidental, y construidos en desorden. Las normas, las leyes y el orden público en estos barrios estuvieron, por años, a cargo de un grupo de jóvenes armados, criados en los mismos barrios y nombrados como Milicias Populares. Sin embargo, la gente de por allí los conocía como los muchachos o los milicianos, debido a cierta familiaridad. Esta organización insurgente tenía contactos con la izquierda guerrillera colombiana: en principio con el M-19 y luego con ELN y las FARC. Durante casi una década ellos decidieron quién debía morir, quién podía vivir o quién tenía que ser apaleado en los barrios de la Comuna Trece. Pero a comienzos del año 2001, un grupo más sanguinario que ellos llegó para despojarlos de su territorio. Se trataba de los ejércitos paramilitares al servicio del señor Diego Murillo, popularmente conocido como Don Berna. Éste ambicioso y despiadado narcotraficante fue el heredero de los hilos de Pablo Escobar, y a comienzos del año 2000 buscaba hacerse al control mafioso de toda la ciudad. Para entonces ya había logrado la mayoría de ese dominio, en alianza con un exmilitar llamado Carlos Mauricio García y conocido como Doble Cero. Ambos habían eliminado la resistencia de los milicianos asentados en algunos barrios de Medellín y logrado poner a su servicio a las demás bandas delincuenciales. Sólo faltaba la Comuna Trece para que la obra fuera completa.
De modo que fueron dos largos y pavorosos años de horror en los que hombres armados se escondían en los recodos de las casas, en las terrazas, en los arbustos y en las esquinas, para disparar a los enemigos, que también se escondían en los recodos de las casas, en las terrazas, en los arbustos y en las esquinas. Aquellos defendían con ardor su territorio, y los otros atacaban para arrebatarlo. En juego estaba el dinero. Mucho dinero. Los cobros extorsivos a los comerciantes y a las empresas operadoras de transporte público, el tráfico de drogas y de gasolina, la prostitución, los juegos de azar y el sicariato. Se trataba de un negocio multimillonario que abarcaba actividades ilícitas en toda la ciudad. Pero la resistencia que en la Comuna Trece opusieron los milicianos ante Don Berna y sus tentáculos, los tentáculos de la mafia, los llevó a ser invadidos, perseguidos, torturados y aniquilados. A ellos, y a cientos de personas inocentes que también fueron vejadas, humilladas, heridas y arrasadas salvajemente, y cuyo único pecado de muerte era el de vivir allí, en aquellos barrios de pobres, con pobres igual que ellos, pero armados y matándose dolorosamente.
Entre tanto, grandes porciones de la ciudad transcurrían en relativa calma. Como si nada de aquello estuviera sucediendo, hasta que la cantidad abrumadora de muertos y heridos empezó a invadir los espacios de los periódicos y los noticieros de televisión.
Durante el año 2002 la policía, el ejército y los organismos de inteligencia colombianos intervinieron en el sector de la Comuna Trece con múltiples operaciones. Pero fue sólo en octubre de ese año que se logró efectuar una operación militar lo suficientemente poderosa para aplastar la resistencia miliciana. Aquella operación fue conocida como Orión, y tuvo una duración de dos semanas, al cabo de las cuales la policía y el ejército colombianos tomaron posiciones en la zona y crearon nuevos centros de operaciones. A pesar de ello, la mafia jamás fue combatida, y se dejó con la libertad suficiente para traficar con gasolina, distribuir drogas a los jóvenes del sector y consolidar su poderío en la ciudad.
Don Berna, que tiempo después fue extraditado a los Estados Unidos por delitos de narcotráfico, declaró ante los tribunales que jamás habría logrado la victoria en la Comuna Trece sin el apoyo de los policías y militares colombianos.
Con relatos inéditos, y otros ya publicados, el lector de este serie de historias podrá recorrer algunas calles de Medellín, guiado por la voz y el sufrimiento de las víctimas de la Comuna Trece, y de otras salvajes batallas libradas a diario en esta ciudad.
Róbinson Úsuga Henao