Una entrevista a Pablo Montoya

En una faceta más íntima y cotidiana, el autor de La sombra de Orión, Tríptico de la Infamia y Adiós a los próceres, comparte una taza de té con el periodista Róbinson Úsuga Henao y habla sobre algunos de sus hábitos y desafíos más personales relacionados con el oficio de la escritura.

Por: Róbinson Úsuga Henao

 

Con más de veinte títulos publicados, Pablo Montoya es uno de esos escritores prolíficos que puede dar ejemplo de constancia y disciplina. Desde que ganó el premio Rómulo Gallegos en el 2015 con su obra Tríptico de la infamia, ha estado cada vez más repartido entre Ferias de Libros, conversatorios y todo tipo de eventos literarios a los que es invitado, pero él mantiene el aplome y la férrea disciplina de un escritor que se toma en serio el oficio. Evita ver televisión, administrar redes sociales y las invitaciones a actividades no literarias que le roben vitalidad para «no gastar pólvora en gallinazos», según dice. Tras publicar la novela La sombra de Orión en febrero de 2021, Pablo vuelve a estar increíblemente ocupado (la obra ha sido bien recibida), y encontrarlo por ahí en algún lugar de la ciudad es una tarea imposible: resguardado en su estudio, dando charlas virtuales y asistiendo a conversatorios, ahora tiene la vida empeñada en socializar su nuevo libro, que trata sobre los desaparecidos de la Comuna 13 de Medellín. Sin embargo, aceptó sentarse conmigo en el Café Exlibris del barrio Carlos E. Restrepo para tomarnos una taza de té de frutos rojos y brindarme esta entrevista, que versa sobre sus hábitos como escritor. Quienes escriben de manera profesional saben que es difícil aconsejar a otros porque la escritura tiene su propia urgencia en cada persona, su fluidez mística de acuerdo a la sensibilidad y al estilo de vida. Lo que funciona para un autor no funciona igual para otro. Aun así, el narrador cierra esta conversación con un par de consejos a esos escritores aficionados y nóveles que algún día quisieran ser tan prolíficos como el mismo Pablo Montoya.

Esta entrevista es la oportunidad para inaugurar una nueva sección en nuestro portal Lluvia de Orión, llamada Una con Róbinson. Consiste en una entrevista del autor-periodista con personajes de la literatura, de las artes, de otros oficios y otras vidas. Y en donde siempre estará presente una copa o una botella para compartir: vino, café, ron, té, cerveza… Una con Róbinson es un espacio para encontrarse, dialogar, indagar,  debatir, degustar y celebrar los devenires de la existencia.

Róbinson: Lo primero que quería preguntarle: ¿en qué momento sintió que era mejor ser escritor que ser músico?

Pablo: Cuando me di cuenta que yo no tenía talento para ser compositor, que ese nivel de creatividad no podía desarrollarlo con la música porque me faltaba talento para eso.

Yo fui en realidad músico intérprete. Tocaba la flauta en primera instancia, luego el flautín, luego el saxofón y un poco de la música popular. Cuando me di cuenta que mi destino, si seguía en la música, era ser un intérprete, sentí como un gran vacío. Como fui un buen lector desde pequeñito y escribía en los ratos libres, tenía como una pretensión escondida de ser escritor. Al revelarse ese vacío creativo con la música pensé que podía llenarlo con la escritura literaria y me lancé por ahí. Rápidamente me di cuenta que ahí tenía un espacio de muchas posibilidades.

Róbinson: Cada libro tiene su propia suerte y su propio reto, ¿cuál es el libro que le ha generado más dificultad de los 22 que has escrito y por qué?

Pablo: Hay libros que han sido más fáciles de escribir, que el proceso creativo ha sido menos complicado. Esos libros son los primeros, sobre todos los de cuento y de prosa poética. La escritura de esos libros fue incluso bastante feliz, o sea, yo no me ponía tantos escollos, tantos obstáculos, pero cuando empecé a escribir novelas, ese género que a mi modo de ver es un poco más exigente, ya comencé a tener como la prueba de la dificultad. Entonces creo que hay tres libros que me crearon grandes dificultades, pero uno de ellos, sobre todo porque me demoré mucho para pensarlo, para procesarlo y para finalmente escribir, fue Tríptico de la infamia.

Fue el libro más dispendioso, en el que estuve más tiempo dándole vueltas, y casualmente es el libro que más me satisface, el más premiado; pero resultó de un proceso muy traumático.

La Sombra de Orión, mi último libro, no demoré tanto haciéndolo, pero el proceso de escritura fue intenso, sobre todo porque estuve mirando y revisando y complementando aspectos muy duros de la violencia urbana en Medellín, cosa que no había tenido con los otros libros. Yo no había tenido un contacto directo, digamos tan fuerte a nivel de trabajo de campo con víctimas de la violencia. Entonces La sombra de Orión es el que más me ha exigido psicológicamente, pero es una novela larga que escribí con mayor rapidez.

Róbinson: ¿Cómo hace usted para mantener la disciplina de escritor en un tiempo donde hay tantos agentes distractores?

Pablo: Bueno, yo no veo televisión, por ejemplo. No soy una persona que pertenece a esa generación. Digamos que en algún momento consumí material audiovisual; vi mucho cine, pero lo que llaman Cine Arte, cine alternativo. Cuando vivía en París sí le dediqué mucho tiempo al cine, pero era una experiencia más estética que otra cosa y asumí esa experiencia porque sentía que era parte de mi formación como escritor.

Yo tampoco veo series, Róbinson, yo creo que las series les quitan mucho tiempo a las personas. Es parte como de la amplia gama de entretención que ofrecen los canales públicos y privados. Tampoco gasto mucho tiempo en relaciones públicas, por ejemplo, no soy muy amiguero, no son muy familiar. Tengo una familia y trato de mantener mi relación con mi familia, pero no tengo vida bohemia. La vida bohemia la viví en París intensamente. No sé cuántas botellas de vino me tomé allá. Entonces ya no paso el tiempo conversando con amigos en fiestas y reuniones. Eso me ayuda a concentrarme y a manejar esa doble faz que tengo, que es la de ser profesor universitario y la de ser escritor. Ahora con la universidad también desde hace muchos años trato de no meterme con funciones administrativas, porque quitan mucho tiempo. Me dedico a enseñar y a escribir mis propios ensayos, o mis propios libros, porque la universidad de Antioquia sí me ha apoyado en ese proceso de ser profesor y escritor. Desde que me gané el premio Rómulo Gallegos, la universidad me ha dicho «escriba que nosotros la apoyamos», pero sin descuidar la faceta de docente. Trato de no botar mucha pólvora en gallinazos, como se dice, y de concentrarme de tal manera que mi escritura sea la gran beneficiada.

Róbinson: ¿Entonces usted no tiene televisor, o sí tiene?

Pablo: Sí, sí, claro, porque tengo una hija de ocho años en la casa, llamada Elosía. Tenemos tres televisores, imagínate; un televisor en la pieza donde está la empleada que nos ayuda, uno en la pieza de huéspedes y uno en la pieza de mi niña. Pero en nuestra habitación no hay televisor. Yo a veces veo películas con mi esposa, llamada Alejandra, y mi hija, pero muy de vez en cuando. La última película que vi, que me impactó… imagínate para que veas que soy un poco retrasado, fue Joker. Joker hace como tres años que salió y apenas la vi en estos días. Me pareció muy impresionante el trabajo de este man que es un excelente actor.

Róbinson: ¿Y cómo le va con las redes sociales?

Pablo: Yo tengo una página en Facebook. Es una página completamente literaria, de resto yo no tengo Twitter, ni Instagram, y WhatsApp a veces me sobrepasa. Me han insistido mucho desde el lado de la editorial y algunas personas cercanas que me inscriba Twitter, a ver si me pongo a alegar con Uribe, con Quintero o Héctor Abad. Y yo qué me voy a poner alegar con esa gente. A mí Twitter y esas otras redes sociales me agotarían particularmente, demandan y quitan mucha energía. Esa es la impresión que tengo. Entonces para salvaguardarme un poco, y no distraerme demasiado en mis procesos de escritura, trato de no de meterme en las redes o manejarlas desde lejos, como lo que he hecho hasta ahora.

Sé que la literatura y la difusión de los libros ahora fluyen es por ahí, pero trato de protegerme mentalmente.

Róbinson: ¿Y tiene una oficina o un despacho donde se concentra a escribir? ¿Qué tipo de rutina tiene para eso?

Pablo: Ahora con la pandemia escribo desde el estudio que tengo en la casa. Pero antes de la pandemia, es decir, antes del 2019, tuve un período complicado de casi cuatro años en los que prácticamente escribía en los aviones, en los aeropuertos y los hoteles, porque mantenía viajando. Así fue que empecé a escribir La escuela de música, La sombra de Orión; muchos ensayos los escribí así y fue difícil porque me tocaba adaptarme a esas circunstancias que generan esos espacios un poco impersonales que son los aeropuertos, los aviones. Después de la pandemia sí me he acentuado en casa. Con la pandemia creo que todos nos volvimos sedentarios en gran medida.

 Róbinson: ¿En qué momento siente que le fluye mejor la escritura? ¿En algún momento del día? ¿O le da igual sentarse por la tarde o por la mañana?

Pablo: Creo que en este momento me fluye mejor por la mañana, en las mañanas estoy más descansado, más despierto. Además, estoy solo en casa. La niña va a estudiar y la esposa está trabajando en lo suyo. Nos hemos organizado para que cada uno pueda estar en lo suyo, y yo puedo escribir en las mañanas.

Róbinson: ¿Cómo negocia los instantes para estar en familia?

Pablo: A veces cómo soy un obsesivo y mi esposa me hace un llamado de atención. Me pide que descanse. Ella es muy vigilante positivamente. Un polo a tierra. Los domingos generalmente los ocupamos en la casa para hacer el aseo, cambiar las sábanas, las camas… yo riego las matas. La mañana está como dedicada de eso: nos ocupamos del jardín, muchas veces ella más que yo, por supuesto; a veces vamos a comer algo por fuera. En realidad, mis fines de semana son familiares. Es algo muy saludable en lo que participo con todo el entusiasmo del mundo.

Róbinson: ¿A qué horas suele acostarse y levantarse?

Pablo: En Tunja yo era músico y los músicos somos aves nocturnas. Los ensayos empezaban a las 9:00 de la mañana y no tenía necesidad de madrugar, entonces perdí la costumbre. Madrugar es algo muy de antioqueños. De un tiempo para acá y en los últimos años, sobre todo en la pandemia, estoy siguiendo una disciplina casera. Me acuesto tipo 10:30 u 11:00 de la noche y me levanto 6:00 o 6:30 de la mañana porque la niña estudia y hay que preparar las cosas, por aquello que significa la responsabilidad de tener una niña que está haciendo la escuela en este momento. También perdí la costumbre de hacer siestas, que además son muy saludables. Cada vez duermo menos, entonces quizás por eso es que me acuesto ya tan temprano. A las 10:00 de la noche ya estoy buscando la cama. Leo un rato antes de dormir, siempre leo una hora a media hora, depende de la intensidad del sueño que tenga, pero siempre la última actividad que hago antes de dormir es leer. Esas lecturas que hago antes de dormir son generalmente lecturas para la escritura de mis libros, o sea que me levanto para escribir mis libros y me acuesto leyendo sobre mis libros.

Róbinson: ¿Entonces ya no lee por placer si no más que todo por estudio?

Pablo: ¿Sabes?, en estos días estaba pensando en eso porque hay un momento en el que uno ya sabe que le queda poco tiempo de vida. Ya no tengo 35 o 40 años. Tengo 58. Digamos que haciendo bien las cuentas, puedo tener 20 años de vida intelectual activo, si no pasa nada extraordinario. Sé que estoy en un periodo en el que hay que cuidarse, con un tiempo limitado, y para ese tiempo yo tengo unos proyectos ya en la cabeza. Tengo por lo menos unos diez libros por escribir. Ya sé cuáles son los 10 libros, entonces tengo que ir pensando muy bien qué hago para que el libro sea realizable y alguno de esos libros me piden muchas lecturas previas. Entonces en algún momento me pregunto: ¿y el placer de leer qué? Creo que estoy perdiendo esto que es tan importante en el oficio que es leer por diversión, por satisfacción.

Róbinson: ¿Algún autor al que le tenga envidia de la buena?

Pablo: Bueno pues hay unos que me producen una admiración tremenda, pero Borges creo que era un genio. Nunca he sentido que soy un genio, de pronto soy muy disciplinado y muy obsesivo. Pero hay escritores que a usted le transmiten la genialidad inmediatamente y uno dice ¡guau! Borges es uno de ellos. Hay otro escritor que me sorprendió mucho en estos días que lo leí, se llaman Hermann Broch, un escritor alemán del siglo XX. Escribió una obra extraordinaria, La Muerte de Virgilio, un libro muy denso, pero hay momentos en el que yo sentía «este hombre es un genio para escribir, me ha iluminado». También me pasa con Tolstoi y Gabriel García Márquez.

Róbinson: ¿Por qué en su criterio son unos iluminados?

Pablo: Porque tocan zonas de la condición humana de un modo verdaderamente impresionante, como que me conectan con zonas del ser humano, de la historia o de lo que están narrando, que son muy reveladoras, cuando te hablo, por ejemplo de Hermann Broch, como esta novela La muerte de Virgilio que cuenta la agonía de Virgilio el poeta, aquí hay unas reflexiones sobre la muerte, sobre la noche, sobre la poesía, sobre la música, sobre el poder, que yo digo: «pero este hombre de dónde sacó esto». Muchas veces cuando uno dice que es iluminado es porque uno a veces ha sentido eso, o ha pensado eso, pero lo ve reflejado claramente en un libro. Es cuando comienza la epifanía, cuando vos has pensado eso varias veces y en el texto que lees está dicho tal como tú hubieras querido decirlo, ahí es cuando yo digo que la literatura es luminosa.

Róbinson: He estado rodeado de personas que asisten a talleres de escritura, pero les cuesta sacar tiempo para escribir, entonces se dispersan, tienen televisor, tienen redes sociales y malgastan el tiempo. ¿Usted qué les aconsejaría para que perseveren en la escritura?

Pablo: Me parece que aplica el famoso dicho que «muchos son los llamados y pocos los escogidos». Creo que lo que hace que se escojan los escritores es lo que tú has dicho: la perseverancia. Yo veo que hay gente que tiene talento, pero como no perseveran en la escritura, y como no insisten, ese talento se pierde. Mi principal consejo es que si hay ese llamado, por supuesto hacerlo, pero si ese llamado no existe es bobada insistir. Hay que insistir en la escritura reconociendo el error. Reconocer que estamos aprendiendo y que nos equivocamos y que justamente la perseverancia tiene que ver con la posibilidad de entender que lo que escribimos puede ser corregido o puede ser cambiado, transformado. Yo, por ejemplo, cuando escribo las primeras versiones, no te imaginas cómo están llenas de errores, pareciera que no sé escribir. Yo tengo que escribir demasiadas versiones. Por fortuna ahora está el computador y uno puede corregir y volver antes de imprimir. También hay que leer mucho. Me parece fundamental leer los clásicos porque cuando uno ve series y películas, un montón de ese contenido está atravesado por mitos de historias clásicas. Es bueno conocer el origen de muchas de las historias actuales.