Por: Róbinson Úsuga Henao
El pasado viernes 21 de mayo se conoció un video donde el presidente de Colombia, Iván Duque, hablaba en inglés, diciendo que el candidato que había derrotado «aseguró que estaría en las calles durante todo mi periodo, que protestaría durante todo mi periodo. Que su propósito era no dejarme gobernar el país».
Parecía el fragmento de una entrevista realizada por una cadena internacional, pero más tarde desde Caracol Radio aseguraron «que la entrevista fue hecha por el equipo digital de Palacio para compartir la postura del presidente frente a varios temas de interés nacional» y que más piezas similares se publicarían durante ese fin de semana.
De inmediato en las redes sociales se empezó a hablar de lo que ya era evidente: que el presidente Duque se había hecho una auto-entrevista, como si fuera una selfie en video. Así, cómodamente, podía emitir declaraciones sin interpelaciones de periodistas nacionales o extranjeros, luego de una seguidilla de entrevistas frenteras en donde se le había dicho que era «terco» y que era un «títere».
De ese modo Duque sigue los pasos de su mentor, el exsenador Álvaro Uribe, quien no gusta de toparse con los periodistas que lo cuestionen, y por eso se acuartela a disparar opiniones y órdenes desde su cuenta de Twitter.
Pero esta nueva gracia de Duque desnuda su verdadero talante y deja en evidencia algunos de los mayores problemas del estilo de Gobierno suyo, de Uribe y del partido gobernante, el Centro Democrático: la carencia de diálogo con sectores que no sean afines, lo que se traduce en un monólogo perpetuo.
Esto viene acompañado de una absoluta falta de auto crítica y un uso indiscriminado de la violencia para atender los reclamos sociales por medio de una Fuerza Pública politizada.
Duque prefiere hablar solo, con los que piensen como él, o que hagan parte de sus círculos de amigos, y no escucha a quienes tienen una versión distinta a su estructura mental.
Y esto es un problema grave cuando se maneja un país, porque de ese modo solo se gobierna para unos (mafias electoreras, terratenientes y élites empresariales) a expensas de los otros (obreros, campesinos e indígenas), los de abajo, que en el lenguaje uribista vendrían a ser los vagos que no estudian (por la falta de políticas educativas incluyentes) o que quieren todo regalado (porque están en situación de pobreza), o que no son gente de bien simplemente porque no repiten la consigna de yo no paro, yo produzco, y carecen de camionetas y armas para disparar a los que sí protestan.
Es que ese truco de Duque, de aparecer hablando solo y en inglés (como para que no lo escuchen en Colombia), es el mismo monólogo de Uribe y de los fieles al partido Centro Democrático: no quieren escuchar y no quieren entender las necesidades de ese país que piensa distinto de ellos.
Piensan que la discusión ya está cerrada porque ya llegaron a una conclusión sin escucharse más que a ellos mismos: la culpa toda es del senador Gustavo Petro aunque ya llevan tres años ejerciendo la presidencia y sacando adelante las políticas que han exacerbado el estallido social.
Por eso son contundentes las palabras de una madre que hace parte de la Primera línea de las marchas en Bogotá: protestar sin bloquear «es como hablarle a un sordo».
Pero al menos los sordos, en su mayoría, comprenden el lenguaje de las señas.