Por: Steven Ocampo
Para los que estamos en el círculo de lo cultural y lo comunitario se nos llena el corazón de alegría y orgullo decir que somos de Medellín y que trabajamos por Medellín. Es incalculable la cantidad de relatos e historias que se entretejen en el cotidiano de nuestras comunidades, somos observadores de cómo pasa el tiempo y cómo pasa la vida en nuestra ciudad, nos regocijamos al saber que en medio de tantas adversidades y entre tantas malas noticias, la ciudad tiene una propia voz de esperanza, voz que es contada por sus ciudadanos, niños, jóvenes y adultos de a pie que viven y recorren sus territorios naturalmente.
Esto es el testimonio de la época actual que habla de la capacidad resiliente en la que día a día la gente puede levantarse y enfrentar las dificultades que también propone vivir en una gran ciudad.
Por eso en esta ocasión quiero compartir con ustedes las letras de un gran número de ciudadanos que han querido, a través de la palabra escrita, contar para ellos qué representa vivir en Medellín, mediante la presentación del libro Medellín en 100 palabras producto de la empresa de transporte máximo Metro y una Caja de compensación familiar del departamento de Antioquia.
Es grato saber que los ciudadanos tienen un lugar y una oportunidad en la que sus palabras son recogidas, analizadas y publicadas en un texto fresco, que al mismo tiempo se distribuye de manera gratuita en las diversas estaciones del sistema, promoviendo la difusión y compartir de estos materiales de lectura.
En la última versión de Medellín en 100 palabras 2020 podremos encontrar autores de los diferentes municipios que hacen parte del Área metropolitana. Este libro pequeño, ligero y amigable es una manifestación de experiencia colectiva.
Algunos de los cuentos seleccionados que quisiera compartir con ustedes:
Nanita
Hace treinta años sirvo a la señora Gertrudis y a don José. Me pagan con comida y la piecita pa descansar. Los niños me dicen «Nanita»; me quieren. Yo también los quiero, son mi única familia. Envejecí. Ya no logro limpiar como antes y de cocinar ni se diga. La señora me dijo ayer: «Usted ya está mayor, Rosa, es mejor que pase tiempo con su familia». En mi remplazo pusieron una muchacha; le pagan por horas. Al salir, don José me dio un abrazo. Me dijo: «Usted sabe que la queremos mucho, Rosa, no nos vaya a perjudicar».
David Gonzalo Henao Alcaraz, 35 años. Belalcázar, Medellín.
Aporte a la casa
En mis catorce años viviendo con mis abuelos, jamás había escuchado una conversación tan seria como la de esta mañana. Mi papito está alegando que ya debo ser el hombre de la casa, tengo que traer plata para mantenernos y seguir viviendo en nuestros cuatro muros y techo de zinc en la loma. No sé qué debería hacer; los de once me contaron que, como soy niño, pueden confiar en mí, que me tienen un buen trabajo pa aprovechar eso y que se gana bueno. Mañana tengo que ir a la cancha para que me digan cómo es la vuelta.
Sebastián Laverde, 16 años. Boyacá Las Brisas, Medellín.
Fantasías
Mi padrino es un cazador de fantasías; sueña con volar, surcar los vientos. Cuando viajamos en el metrocable me cuenta historias y hace que imagine que vamos en una cápsula del tiempo. Dice que somos guerreros del futuro y que nos desplazamos con la ayuda de un cable teletransportador. Cierro mis ojos e imagino a mi padrino vestido con traje blanco; de repente, la cápsula teletransportadora se detiene y aborda un nuevo tripulante también vestido de blanco, me mira fijamente, no necesita hablar, puedo leer su mente que me dice: «Niño, haz volar tu imaginación porque es más grande que tu mundo».
Mathías Martínez Blandón, 11 años. El Corazón, Medellín.
Un barquito de papel
Un barquito de papel me encontré; pequeñito, lo observé, le di una, dos vueltas para ver si estaba bien y noté que estaba hecho de una hojita rasgada de un libro. Lo puse a navegar en un balde con agua, era pequeñito pero seguía firme. Imaginé que yo era un barquito, navegando entre párrafos, la marea era tranquila cuando había un punto y rápida cuando no había ningún signo; imaginaba sintiendo las letras salpicar en mí, empapándome de las oraciones de aquel texto. La travesía por el increíble mar literario se acabó cuando vi el punto final.
Susana Sierra Monsalve, 13 años. Jardines, Envigado
La maleducada
Uno trata de poner atención, pero el de la mazamorra, el sueño, el hambre de mecato, las ganas de jugar y la covid-19 no dejan. Porque la casa es para una cosa y la escuela para otra, y al igual que uno no podía llevar juguetes al colegio, pues uno no lleva clases a la casa; menos con ese montón de tareas. Ni sé qué dijo la profe hoy, pero sí sé que la escuela tuvo que cerrar y es por algo, no sé por qué insiste en tocar a la puerta. Es como maleducada y viene sin ser invitada.
Mateo Ospina Arango, 9 años. Robledo, Medellín.
Las cuatro operaciones
Ese domingo, mi papá nos llevó al parque de Bolívar, paseamos un rato y nos compró un helado, como acostumbrábamos. Entonces, un muchachito, pequeñito, portando dos cajitas de madera, se aproximó y ofreció: «¡Embolada a peso!». Mi papá asintió, me señaló: —¡Primero ella! El niño, sentado en su cajita, empezó a lustrar mis zapatos. Curiosa, entre embetunada, cepillos y trapo, le pregunté: —¿A qué escuela vas? —A ninguna —me respondió—. Ya aprendí a trabajar, leer, escribir; también las cuatro operaciones; mi papá me enseñó. Además, me dijo que esas eran mis armas para triunfar en la vida.
Michelle Goitia Gil, 11 años. La América, Medellín
En este espacio breve se presentan algunos de los cuentos ganadores de la última versión, la invitación es a que todos accedamos a un material tal bello como estos, que de seguro nos sacara una gran sonrisa y por supuesto que nos inspirara a contar nuestras propias historias.
Les comparto entonces el enlace de descarga:
https://www.medellinen100palabras.com/web/sites/default/files/libro/MEDELL%C3%8DN%20EN%20100%20PALABRAS%202020_vf.pdf