Por: Róbinson Úsuga Henao
A mediados de septiembre fui sorprendido por una curiosa noticia. La presentación de una nueva «atracción turística» en la Comuna 13 de Medellín.
Se trata de la escultura de un helicóptero, de siete metros de largo y dos metros con cuarenta centímetros de alto. Color café, como el óxido, y soldado a partir de láminas metálicas de dos milímetros y medio de espesor.
Entrevistado por la televisión local, su creador Germán Arias, un escultor hábil con las estructuras de hierro, expresó que el artefacto tenía «buena resistencia para que la gente pueda subirse a interactuar, a su foto»…
Es decir, que el turista local, nacional o extranjero puede ingresar a la aeronave y hacerse una fotografía, poniéndose en el lugar de los agentes de la Fuerza Pública, quienes en los años de guerra, 2001 y 2002, atravesaron los cielos de la Comuna 13 de Medellín metidos en aquel artefacto volador para hacer labores de observación e inteligencia y, eventualmente, durante algunas intervenciones militares, disparar hacia las casitas arrejuntadas donde los pobladores del sector estaban desmigajándose de miedo.
La imagen de un helicóptero disparando hacia los caseríos es un recuerdo perturbador para los pobladores de la Comuna 13, sobre todo para los que vivieron aquellos horrores.
Y el artista creador del aparato quiere recrear ese recuerdo. ¿Con qué objetivo? Según se infiere, con el fin de generar un nuevo referente turístico en la Comuna 13. Pero no hay que mentirse: convertir los artefactos de la guerra en piezas de entretenimiento para los turistas es acercarse a la memoria de una manera descorazonada o por lo menos frívola.
Es un acto motivado más por la espectacularidad que por el sentido de humanidad o la búsqueda de verdad, justicia y reparación.
El artista Germán Arias banaliza los hechos del conflicto para volverlos mero entretenimiento turístico. «En inglés se dice «comodification», cuando por ejemplo se transforman elementos históricos en un producto», me explica Patrick Naef, un suizo que lleva más de seis años investigando sobre temas de violencia urbana y actos de memoria en ciudades de América Latina.
Andrés Arredondo, un antropólogo que acompaña procesos de memoria junto a las víctimas de la Comuna 13 de Medellín, considera que el arte es un medio que, desde sus modalidades y formas, sirve para dar cuenta de los temas de memoria y dignidad de las víctimas. «Pero no se trata solo de presentar, sino de representar, y representar con dignidad. Sin re victimizar. Si yo, como víctima y en un acto de memoria, por ejemplo frente a la invasión nazi a Europa, represento ese hecho desde la simulación de un tanque de guerra nazi, lo que estoy haciendo es solazándome con la memoria del victimario y las armas que usó para agredirme. Entonces nos quedamos en una presentación vana que redunda en el mismo lenguaje que aporta el victimario. Lo mismo sucede en la Comuna 13, donde, durante la guerra, hubo dos bandos, muchos más, pero en esencia había un sector armado, compuesto por diferentes tipos de personas en armas (incluyendo el Estado), y personas inermes de la sociedad civil, que fueron víctimas de esas armas. Entonces si yo intento representar la memoria de la dignidad de las víctimas de la Comuna 13 con un helicóptero artillado, entonces estoy haciéndole el juego al poder victimizante», explica Andrés.
Una opinión similar tiene Luz Elena Galeano, líder del grupo de víctimas Mujeres caminando por la verdad. Para ella, la escultura del helicóptero es válida si busca contar un poco «cómo sucedieron los hechos y quiénes fueron los responsables».
«En tal sentido lo veo bien –dice Luz–, porque visibiliza la verdad y sirve para contar la verdadera historia. Pero si es tomado solo desde el turismo y para obtener ganancias a consta del sufrimiento que ocasionó la guerra y la operación Orión, no estaría nada bien. No me gusta cómo llaman al helicóptero, “Orión”, y que sea presentado como “otro atractivo” para atraer turismo».
Lo cierto es que la Comuna 13 es un ejemplo de resistencia a nivel local, nacional e internacional, pero quienes quieren aprovechar el turismo en la zona deberían contenerse un poco en su afán de lucro y protagonismo. Moderar la tendencia de crear una especie de parque de diversiones a partir de esos símbolos del horror y dejar de recrear las armas que generaron tantas víctimas en el territorio.
Mariluz Palacio, periodista y docente que vive al pie de las Escaleras turísticas, se pregunta al respecto: «¿Será acaso que en la Comuna 13 bajo los íconos de resiliencia y transformación se está cayendo en el llamado «turismo oscuro, negro o de dolor», y donde se promueven visitas a lugares asociados con la muerte y la tragedia? Entonces la crítica no radica en que se visiten estos lugares, sino más bien en por qué y cómo se hace. Si el objetivo es conocer y comprender la historia más allá del morbo, o si por el contrario se cae en la espectacularidad y la mercantilización de la memoria. El llamado es a no caer en la superficialidad de la mirada que bajo un lente fotográfico desconoce las particularidades de quienes allí sufrieron y murieron. Cabe recordar el irrespeto de aquellos turistas que, sin el menor reparo, se tomaron fotografías haciendo equilibrio en las vías del tren a Auschwitz, célebre porque en él se trasladaba a los prisioneros judíos a los campos de concentración y exterminio», comenta Mariluz.
Quiero entonces terminar con una pregunta: ¿el infame helicóptero de la Comuna 13 es un atractivo turístico, una apología a los victimarios o un elemento revictimizador?