Los (c)olores de la plaza

¿Alguna vez has explorado un lugar por medio de sus aromas y olores? Déjate llevar en este recorrido sensorial que hace la joven Susana Arias en la Plaza de Mercado de La América, ciudad de Medellín. Porque los lugares pueden ser tan grandes o tan pequeños como la imaginación lo permita.

Ilustración: Susana Arias.

Por: Susana Arias Mejía

 

Lunes, 8:30 de la mañana. La fuerte voz de Ana Gabriel se abría paso entre los murmullos de quienes estaban desayunando y tomando café en la entrada de la Plaza de Mercado La América.

Justo antes de cruzar la entrada principal cerré los ojos, en mi mente tenía un mapa difuso de aquel lugar, la sección de los restaurantes, el vivero, las carnicerías, los cacharros y el pasillo de las flores que recordaba como el más grande.

Entrar allí es mágico, mi mente se llenaba de colores mientras mi nariz era atacada abruptamente por la diversidad de olores que emanaban de aquel lugar; en mi cabeza la plaza era más colorida de lo que olía, la recordaba en tonos vivos, amarillo, rojo y verde encendido, pero los olores de la plaza me hacían pensar en el color café, el recorrido mental que hacía mientras caminaba se iba tiñendo de tonos en sepia porque el perfume a madera y plantas aromáticas secas invadían el lugar.

‘’Niña, a la orden’’ decían los tenderos en coro, solo podía sonreír y tratar de actuar normal mientras recorría la plaza con pasos torpes y agarrando con seguridad el hombro de una amiga que hacía el papel de mi lazarillo. El humo del incienso entraba profuso a mis fosas nasales, a tal punto que dolía; seguí mi camino y un olor a maracuyá hizo que mi nariz descansara, pensé que había entrado a la sección de frutas hasta que un pitido retumbó en mis oídos, subió la temperatura y el aroma a maracuyá fue opacado por un sofocante olor a sopa.

‘’¿Será común tomar sopa al desayuno? ¿Los restaurantes se preparan para el medio día?’’.  No supe la respuesta, pero en ese pasillo las ollas pitadoras comenzaron un concierto digno de una filarmónica, el ambiente cada vez se volvía más húmedo y, aunque no creo que todos cocinaran lo mismo, persistía el olor a sopa… ‘’todas las sopas huelen igual a pesar de que tengan ingredientes diferentes’’.

Salía del pasillo y la cantidad de voces diferentes me abrumaron, se saludaban, daban indicaciones, hablaban del calor que hacía esa mañana, y comentaban sobre otras personas. ‘’Estar a oscuras marea’’. Entre el bullicio volvieron los olores confusos e indescifrables, intenté agudizar mis sentidos para saber qué había a mi alrededor, pero la cantidad de estímulos era tal que me sentí en el mar de colores que esperé desde el principio.

El olor a lixiviado me ubicó inmediatamente en la entrada del vivero, decidí no entrar porque corría el riesgo de que, al caminar con los ojos cerrados, pateara o quebrara algo. Unos pasos más adelante me sumergí en un olor ácido, que después de un análisis exhaustivo, descubrí que era queso. Sentí miedo porque sabía que me acercaba a la sección de las carnes, desde pequeña he sentido un particular rechazo a la carne cruda; no me equivocaba, bajó la temperatura y un sutil olor a sangre hizo que se me erizara la piel.

Blanco, rojo, botas de plástico que chillan, una voz gruesa pregunta ‘’Mona, qué le corto’’. Inhalaba con dificultad porque el olor a sangre se volvía más agresivo con cada paso que daba, sentí náuseas y comencé a aguantar la respiración. ‘’Amiga, caminemos más rápido que tengo frío’’, esas palabras me dieron tranquilidad porque pude huir de aquel lugar que, desde mi perspectiva, era desagradable.

Recuperé el calor corporal y la confianza de seguir adelante; el aire se sentía liviano, olores suaves iban y venían cual mariposas en un campo abierto, fresas, eucalipto y flores…’’quisiera distinguir cuál flor estoy oliendo, eso será una tarea para el futuro’’.

‘’Tenemos café, capuchino, jugos muy ricos’’, ante esa oferta no pude resistirme, además porque el olor a pan dulce fue más tentador que el ofrecimiento amable del tendero. Pedí un tinto, pero estaba a una temperatura tan alta que no podía soportar (siempre he sido floja para las bebidas calientes), mi amiga sigue en silencio, intentando no interrumpir el estado casi meditabundo en el que me encontraba. Allí me sentía cómoda, escuchaba hablar a mis vecinos de mesa sobre lo sabroso y saludable que es el jugo de arándanos, ‘’aquí manda a pagar la patrona’’, interrumpen. Me río, abro los ojos y me doy cuenta de que el mundo es más pequeño cuando tienes los ojos abiertos.