Por: Julieth Zúñiga Cárdenas, filósofa feminista
Hace unas semanas los medios de comunicación nacional informaban al país de una noticia aterradora. Una niña de la comunidad indígena Emberá había sido violada por varios soldados del Ejército Nacional de Colombia, mientras la niña iba por unas frutas para un jugo en la hora del almuerzo.
Este horroroso hecho me recordó lo que han pasado las mujeres/niñas y sus cuerpos, los cuales, como dice el título de este escrito, han sido por mucho tiempo territorios de guerra en medio del conflicto armado colombiano, cosa que no lo hace un hecho aislado, sino que reafirma lo que todos los actores armados en medio de la guerra en Colombia han realizado siempre y es violentar las subjetividades de las mujeres y niñas hasta tal punto que han violentado lo más preciado que tienen los seres humanos, a saber la dignidad humana.
El no poder decidir sobre su propio cuerpo y además que este sea sometido a vejámenes de toda clase como la violencia sexual, es otro tipo de violencia que nosotras las mujeres nos vemos en la condición de aceptar, sin opción, sin oportunidad alguna.
El informe nacional de violencia sexual en el conflicto armado del Centro Nacional de Memoria Histórica, La guerra inscrita en el cuerpo, afirma al respecto que: «la mayoría de las voces de las personas que participaron en este informe son mujeres, todas ellas de distintas condiciones sociales, pertenencias étnico-raciales, edades y orientaciones sexuales». Somos las mujeres carne de cañón en la guerra colombiana, somos las mujeres las más afectadas por la lucha armada.
Los actores armados –paramilitares, guerrillas y ejército– son hombres que tienen una concepción sobre nosotras las mujeres, enseñada, por supuesto, por un sistema patriarcal que manifiesta que nosotras las mujeres somos menos que seres humanos, que la masculinidad acrítica, esa que no se piensa desde su posición como humanos con privilegios, tiene derechos sobre nuestras vidas y cuerpos, por ello, han aprovechado su potestad en medio de la guerra para ejercer esas violencias que la sociedad ha legitimado en cuanto se juzgan a las víctimas y no a los victimarios; estos hechos son reflejo de lo que somos como colectividad y/o como sociedad.
Asimismo, el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica también afirma sobre la violencia sexual que: «Las víctimas de violencia sexual han vivido en carne propia las vejaciones que se ejercen sobre sus cuerpos considerados disponibles, reducibles a objetos; esta violencia que permea todos los espacios sociales. En sus cuerpos están impresas las marcas de una sociedad que silencia a las víctimas, de un Estado incapaz de hacer justicia, de familias y comunidades tolerantes a las violencias de género y de un manto de señalamiento, vergüenza y culpa que impide que se reconozca la verdad sobre lo sucedido».
El miedo y la vergüenza son las formas de culpabilizar a las mujeres de las violencias sexuales, porque hay toda una responsabilidad social en estos sentimientos de las víctimas, es decir, sienten miedo porque son actores armados y temen represalias contra ellas y sus familias, pero también temen el señalamiento público y esa revictimización por parte del sistema penal que les hace recordar y contar un sinnúmero de veces su historia, inmortalizando esa escena que las perturba sin cesar, además que también son juzgadas al momento de señalar a sus victimarios desde el anonimato, puesto que la sociedad colombiana actúa lanza en ristre contra la víctima, cuestión que de cierta forma justifica al victimario y más en cuanto a temas de violencia de género.
Por lo anterior, es notable que estos hechos de violencias contra las mujeres no han cambiado en absoluto y que son las mujeres/niñas de los territorios rurales, muchas de ellas indígenas y campesinas que siguen padeciendo las violencias sexuales hasta de actores armados legitimados por el Estado como lo son los soldados profesionales del ejército. Hasta la fecha sabemos todo lo relacionado sobre la niña Emberá y esto es porque los medios han procurado centrar su atención entrevistado a su hermana, pero:
¿Por qué hasta la fecha no sabemos lo suficiente sobre los soldados violadores? ¿Por qué esos mismos medios de comunicación no han sido capaces de hacer público los nombres de estos hombres que cometieron dicho acto? ¿Será porque se alimentan del morbo frente a estos actos? o ¿Será, porque no pretenden desprestigiar más el nombre del ejército?
Al hacer cotidiana la información sobre estos soldados no se busca generar linchamiento público, sino de cambiar esa costumbre de darle nombre a la víctima exponiéndola a más violencias, mientras que los victimarios pasan a un segundo plano y nadie les da nombre a ellos. Este es el llamado a cerrar estos círculos de violencias porque si no se cambian las prácticas de revictimización se seguirán cometiendo los mismos errores que tanto daño le hacen a las vidas de las mujeres.