Por: Viviana Garcés Hernández, comunicadora social – periodista y magíster en Ciencia Política
El martes, leyendo las noticias, me enteré de que el cuerpo de una estudiante de EAFIT, llamada Daniela Alexandra Quiñones Pimienta, de 23 años, fue hallado en el Río Cauca. Me intereso en el tema, por obvias razones: es un homicidio y muy seguramente es un feminicidio. Desde niña he estado particularmente interesada en la defensa de los derechos, la libertad y la igualdad de las mujeres y he enfocado mi trabajo académico al estudio del discurso y de los medios de comunicación.
En cuanto veo las narraciones de las personas que estuvieron cerca de los hechos, reitero mis sospechas de que la estudiante fue víctima de un feminicidio, en tanto fue violentada y asesinada en razón de ser mujer, es decir, un hombre tuvo intenciones de tener relaciones sexuales con ella, ella se negó y él, por tal motivo, la asesinó. Lamentablemente, a medida que avanzaba mi lectura en varios medios, notaba un tratamiento periodístico falto de profesionalismo. Con afirmaciones como: “El único pecado que cometió fue haberse negado a acostarse con Santiago García [presunto asesino]” (Las 2 Orillas) y “Horas después, el alcohol, la rumba y el misterio de la noche se convirtieron en los elementos del desastre.” (La FM).
Cuál es el problema con estas palabras, se preguntarán algunos. En la primera frase “El único pecado que cometió fue haberse negado a acostarse con Santiago García [presunto asesino]” (Las 2 Orillas) el medio usa una palabra religiosa, para referirse a un asunto estrictamente civil, la cual (pecado) está asociada con una conducta reprochable por un ente superior, que para el caso de los católicos es Dios. Es decir, la estudiante cometió una falta grave, condenable sagradamente, y por lo tanto fue asesinada. Desde esta perspectiva discursiva, Daniela es la responsable de lo que le sucedió.
En la segunda afirmación, “Horas después, el alcohol, la rumba y el misterio de la noche se convirtieron en los elementos del desastre” (La FM), el asesinato no está estrictamente vinculado al sujeto que le quitó la vida, sino a unas circunstancias, tales como el licor, la fiesta e incluso un tal “misterio”. Un total descuido discursivo se evidencia en este “relato” que, considero, intenta volver “poético” la descripción o narración de un homicidio, que de poesía no tiene nada.
¿Qué pasa con afirmaciones como estas? El homicidio es desplazado de sus causas, de sus circunstancias concretas y de sus consecuencias, al ser nombrado con palabras que no se ajustan a los hechos. Como agravante, se trata de un feminicidio, delito recurrente en nuestro país, como en muchos otros. Según el Observatorio Feminicidios Colombia, solo de enero a mayo de 2020 en Colombia se han cometido 188 feminicidios. Si a este delito no se le denomina en estricta correspondencia con los hechos y los derechos, con responsabilidad profesional, continuaremos miopes a un estudio detallado de sus causas, no lograremos identificar posibles soluciones y nuestras cifras en esta materia no cesarán, al contrario, seguirán en aumento.