Por: Mariluz Palacio Úsuga
Marta Cuaical Colimba, Duver José Martínez Moreno y Érika Paola Arango tienen varios asuntos en común: son alumnos de pregrado, cursan sus estudios en universidades públicas de Medellín y Antioquia y, además, en tiempos de pandemia están viendo frustrado su sueño de continuar con normalidad sus estudios.
La propuesta de las universidades de seguir dictando sus clases de manera virtual ha afectado a estos jóvenes como a muchos otros de la ciudad y el resto del país; sus sueños académicos se desdibujan por el hecho de no contar en su residencia con un computador y conexión a Internet.
Marta Cuaical Colimba es oriunda de Cumbal en el departamento de Nariño, cursa octavo semestre de Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad de Antioquia, ahora en medio de la pandemia está en su natal Cumbal, donde las condiciones para estudiar de manera virtual no están dadas.
«La dificultad para conectarme es porque en mi casa no tengo Internet, debo transportarme hasta donde un tío que vive cerca del casco urbano, por eso tiene red de wifi. Al salir de mi casa no solo me expongo a contraer el virus, sino también a una multa por no cumplir con la cuarentena obligatoria; quienes están supervisando que se lleve a cabo esta cuarentena en mi municipio es la guardia indígena en compañía de la policía», cuenta Marta.
Pese a la solidaridad del tío de Marta para que esta pueda recibir las clases en su casa, ella dice que no se siente del todo cómoda, pues tiene claro que su compromiso está más allá de hacer presencia a través de una plataforma, estudiar implica «reflexionar e investigar sobre lo leído o debatido en los diferentes cursos».
De igual manera, el hecho de tener que desplazarse hasta la casa de su tío implica un gasto económico adicional para su familia.
«Fuera de esto hay que apoyar en las labores del campo, estas no paran, por esta razón en lo personal siento que no tengo ni las condiciones emocionales, ni las herramientas digitales para acceder a la educación de forma virtual».
Bajo la premisa de «seamos creativos busquemos conectarnos», las directivas de Facultades como la de Marta, incentivan a los alumnos para que sigan adelante con sus clases en tiempos de confinamiento, algo que para esta estudiante es más que incoherente, pues no contempla a estos alumnos tanto rurales como urbanos que no cuentan con los medios para avanzar de manera virtual.
«Aunque ese ser ‘creativos’ pueda aplicar para algunas personas, lo cierto es que no es para todas. Por ejemplo, en mi caso, ¿soy creativa y pinto una antena de Internet en mi casa y así ya puedo recibir mis clases por medio de un monitor y de una pantalla?».
Marta también resalta que sin la presencialidad no se satisfacen las necesidades educativas, «el proceso enseñanza-aprendizaje deja ser significativo, en tanto nos estamos limitando a ser una tabula rasa a la cual hay que llenar de contenido, sin dar lugar a la reflexión y a la formación de un pensamiento crítico».
«Un atentado contra la estabilidad del estudiante»
Duver José Martínez Moreno también es estudiante de Licenciatura en Ciencias Sociales de la Universidad de Antioquia, actualmente cursa el noveno semestre, pero el hecho de no contar en su casa con un computador que funcione correctamente y el no tener acceso a Internet está dificultando sus procesos de práctica estudiantil y trabajo de grado.
Duver considera que las medidas adoptadas por la Universidad no son adecuadas; según él es injusto creer que todos los estudiantes disponen de los equipos y accesos que se requieren.
«El hecho de seguir con las clases virtuales es un atentado contra la estabilidad del estudiante en la Institución. Mi aprendizaje y mi promedio (que me ayuda a tener unos ingresos extras) se ponen en riesgo por este desinterés de la Universidad por el otro».
En una situación similar se encuentra Érika Paola Arango Cardona, estudiante de primer semestre de la Tecnología en Construcción de Acabados Arquitectónicos del Instituto Tecnológico Metropolitano -ITM-.
Esta estudiante no tiene computador por lo que no ha logrado acceder a las sesiones virtuales dictadas en las seis materias que tiene matriculadas. «Para los estudiantes que tienen los medios muy bueno porque no se atrasan, pero para los que no podemos, quedamos en desventaja», menciona.
Érika ha buscado ponerse en contacto con sus profesores para analizar otras alternativas de estudio, entre las que propone que se faciliten talleres grupales, para que los estudiantes que no tienen los medios puedan trabajar con aquellos que si los tienen. De igual manera, enviar los talleres a través de otras plataformas como WhatsApp, pues es el medio más económico teniendo en cuenta la situación por la que atraviesan muchas familias, que en el momento y debido a la pandemia no están trabajando.
De sus seis profesores solo dos accedieron a enviarle los talleres vía WhatsApp, entre tanto, varios le respondieron que se les dificultaba estar pendientes para compartirlos a través de este medio y los demás nunca contestaron.
Ante el panorama, Érika contempla la posibilidad de cancelar su semestre académico. «La verdad esta situación me tiene muy indecisa, ya que no puedo estar saliendo por proteger a mis hijas y corro el riesgo de una multa y, además, casi todas las salas de Internet están cerradas».
Por su parte, Duver puntualiza que «tanto maestros como alumnos sabemos que ni ellos como Institución tienen las plataformas y herramientas correctas para afrontar esta crisis y dar educación en línea, y nosotros la experiencia como alumnos para afrontar así nuestro aprendizaje».
Finalmente, Marta cuestiona cómo la institucionalidad no contempla la impotencia que experimentan los estudiantes de bajos recursos al no poder recibir sus clases.
«Una profunda tristeza invade a personas como yo que quieren estudiar y no pueden porque no cuentan con los medios necesarios. Tristeza al ver que en algunos cursos los profesores y compañeros avanzan mientras que uno NO, y no es porque no seamos ‘creativos’ o porque nos falten ganas, si no porque en realidad no contamos con las herramientas».
Datos proporcionados por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística -DANE- en 2018, señalan que, el 41% de los hogares del país posee un computador de escritorio, un portátil o una tableta, pero es obvio que no todos los miembros del hogar pueden usar al mismo tiempo el dispositivo que tengan en casa.
Pese a que, desde las oficinas de Bienestar Estudiantil de las distintas universidades se ha caracterizado a los estudiantes para conocer su disponibilidad de equipos de cómputo y el acceso a Internet, dicha caracterización resulta compleja pues ante el confinamiento los estudiantes deben responder los cuestionarios de manera virtual, y es claro que no tienen acceso o están limitados a un paquete de datos.
Entre tanto, la Universidad de Antioquia lanzó recientemente una campaña para identificar en las distintas Unidades Académicas equipos (computadores de escritorio, portátiles o tabletas) que estén archivados o en desuso, con el fin de gestionarlos y poder prestarlos a aquellos estudiantes que no cuentan con estos dispositivos en casa.
A su vez, instituciones privadas como es el caso de la Universidad de Medellín también han dispuesto equipos con datos, que han sido llevados hasta los hogares de los estudiantes de más escasos recursos para que sigan conectados y recibiendo sus clases de manera virtual.
Más allá de estas estrategias, un gran porcentaje de la población sigue sin poder conectarse a Internet. Las estadísticas del DANE mencionan que el 54.7% de los hogares en Antioquia posee conexión a Internet, mientras que el total nacional de conectados es de 52.7%.
Así, para un alto porcentaje de estudiantes, la educación virtual parece, hoy por hoy, un lujo y no un derecho al que todos deberían poder acceder.