Por: Róbinson Úsuga Henao
Parque de los Deseos, norte de Medellín. Mientras parejas de enamorados se dan cariño y pequeños grupos de amigos celebran la alegría de encontrarse, pocas personas se percatan de aquellas veintisiete almas solitarias que se situaron en el epicentro del lugar.
Desde lejos apenas se ven como muñequitos entre lucecitas titilantes. Pero de cerca puede contemplarse la tristeza de sus rostros alumbrados por las llamas temblorosas de velas que cubren con vasos desechables para que el viento no las apague. Es miércoles 29 de enero del año 2020.

Dicen que aquello es una velatón. Que se reunieron allí para protestar por las condiciones inhumanas en que están recluidos sus parientes en las cárceles y estaciones de policía de Medellín y su área metropolitana. De eso hablan sus carteles.
Zuli Patricia Lora, mujer de cabellos blancos enrojecidos y voz cantante, explica uno de los motivos de sus reclamos: «En la cárcel de Pedregal les vulneran los derechos a nuestros hijos. Está bien, ellos cometieron delitos, pero que paguen la pena con dignidad. No merecen el trato que el Inpec les está dando. Es injusto que uno haga el esfuerzo de consignarle a un hijo 50 mil pesos y eso se vaya en solo dos productos que compran en el expendio. Una bolsa de leche vale 30 mil. Un cigarrillo vale 2 mil y hasta 5 mil pesos. Los del Inpec quieren enriquecerse a costa de nuestros hijos».
Mario Palacios, uno de los dos hombres que asistió al lugar, y quien tiene a una hija de 34 años encarcelada en Pedregal, también interviene para quejarse de la deplorable alimentación que le dan a ella y los demás reclusos. «La semana pasada murió un interno, intoxicado –dice–. Es que por la mala alimentación y los pésimos servicios de salud, cada mes se está muriendo un recluso en la cárcel de Pedregal».
Enfermos sin debida atención
Según dice, esas muertes no son reportadas ante los medios de comunicación. Pocos se dan cuenta de lo que está pasando porque al resto de la sociedad le importa poco lo que acontezca en las cárceles. De esa indiferencia se beneficia el Inpec. Solo cuando se trata de situaciones masivas (como la intoxicación de 179 mujeres reportada en noviembre de 2018) es cuando el fenómeno llega hasta los medios de comunicación y la sociedad se entera. Luego vuelve el olvido, pero las intoxicaciones continúan por la entrega de alimentos en estado de descomposición. Es el pan de cada día en la cárcel de Pedregal.
Por eso la señora Zuli insiste en que les permitan que las madres ingresen comidas caseras a sus hijos, ya que ellos no son animales para tener que comerse las porquerías que les prepara el Inpec. «Con la velatón buscamos que les mejoren su comida y las condiciones del encierro, incluidos los servicios de salud. Ellos están detenidos pero tienen sus derechos humanos. Yo les pido a los del Inpec: cuiden la salud de nuestros hijos y permitan que les entremos comida».
Hay una razón para sentirse todavía más tristes bajo aquel inmenso cielo de esa noche fría: solo son veintiséis dolientes. Mujeres en su mayoría, un par de hombres y algunos niños, nada más. Ajustan veintisiete con Jorge Carmona, el defensor de derechos humanos y presidente de la Veeduría Ciudadana al Sistema Penitenciario y Carcelario (una de las pocas organizaciones que se enfocan en la defensa de los derechos de los reclusos).
Fue él quien organizó la convocatoria y de entrada dijo sentirse decepcionado por la baja asistencia.
«Nos hemos reunido aquí unas ocho veces. En la última ocasión llegaron hasta doscientas personas» dice Jorge.
Por eso echa un vistazo a su alrededor y vuelve a contar: solo veintiséis parientes de las 13.000 personas que están recluidas en las cárceles del Valle de Aburrá. Jorge ha hecho hasta lo imposible por impulsar un movimiento que reclame al Inpec más humanidad y menos corrupción en el sistema carcelario. Él cree que si los parientes de los 13.000 seres privados de la libertad se juntaran en esa plazoleta y protestaran con fuerza, harían temblar al Estado y provocarían que se les tome en serio. Él quiere presionar al Estado. Quiere impulsar un movimiento que reclame al Inpec más humanidad y menos corrupción en el sistema carcelario.
También lee: Denuncian corrupción en la cárcel de máxima seguridad de Itagüí
Ya lo han amenazado de muerte más de cinco veces por ese motivo. Se pone en riesgo aunque nunca ha tenido un hijo encarcelado. Lo hace por amor y piedad por la población privada de la libertad, pero a veces, como esta noche, se siente solo.
–Yo también me canso y a veces me provoca retirarme –dice Jorge a las veintiséis cabezas que lo circundan.
Las mujeres le piden que no desista, que no las abandone. Él es abogado, ellas son simples amas de casa: lo necesitan.
Por eso Zuli, esta mujer con cabello blanco enrojecido y voz de líder, también alza la voz para convocar a las demás madres que están tan pasivas. «Yo también llamo a todas aquellas madres que no nos han querido acompañar en esta velatón. ¿Es que esos hijos no les duelen? Recuerden que hay un pedazo de nuestros corazones allá privados de la libertad. Y que necesitan el apoyo de nosotros como madres, porque ellos desde adentro no pueden hacer nada. Es que 26 golondrinas que nos reunimos hoy, no hacen llover. Pero unas mil o dos mil golondrinas que nos encontremos aquí, haremos temblar el Estado. Haremos que nos escuchen».