Por: Róbinson Úsuga Henao
Y llegó diciembre con su alegría, su música y luces de colores.
Y también con el Paro Nacional…
Con miles de personas que marchan en la calle, portando carteles y gritando consignas contra el gobierno Duque.

Los analistas dicen que resulta inédito, que no se veía algo así desde hace más de 40 años. Es decir, desde septiembre de 1977, cuando Colombia vivió el más grande y violento paro de su historia reciente.
En ese año las centrales obreras marcharon contra el gobierno de López Michelsen, quien había decretado una emergencia económica debido a un supuesto déficit fiscal. Las medidas del gobierno ocasionaron una subida en la inflación, eliminación de subsidios e incremento de las tarifas de servicios públicos.

Claro que este paro, el de 2019, no ha sido particularmente violento. Por el contrario, ha predominado el pacifismo.
Y las principales razones de la protesta siguen siendo económicas.
La primera movilización, convocada para el jueves 21 de noviembre por la Central Unitaria de los Trabajadores –CUT, era una manifestación contra lo que llaman El Paquetazo de Iván Duque: medidas para rebajar el salario mínimo a la población joven, incrementar las tarifas de electricidad para Electricaribe (una empresa que ha tenido malos manejos), una reforma tributaria que bajaría impuestos a grandes empresarios mientras los aumentaría para la clase baja y media, una reforma pensional que pondría a los pensionados a jubilarse con lo que alcancen a ahorrar, y la amenaza de privatización de al menos 18 empresas del estado mediante la creación de un holding financiero estatal.

A estas poderosas razones se le han añadido nuevos motivos y reclamos, como que sean respetados los puntos del Acuerdo de Paz, se proteja a los indígenas y a los líderes sociales de la persecución, el exterminio y genocidio del que están siendo víctimas, y se tramiten en el Congreso los puntos de la Consulta Anticorrupción.
La respuesta del Gobierno Duque ha sido dilatar las conversaciones con los representantes de los indignados y seguir adelante con sus políticas económicas. Ese enfoque le está resultando contraproducente: según la última encuesta de Invamer, su imagen está desplomada con un 70% de desaprobación. El 79% de los consultados creen que las cosas en Colombia están empeorando y solo el 11% está optimista sobre lo que está ocurriendo en el territorio nacional.
Medellín se toma la calle
Medellín es una ciudad reconocida como conservadora y su población votó mayoritariamente por Iván Duque Márquez. Aun así, aquí la movilización social no se ha detenido desde el 21 de noviembre, cuando iniciaron las marchas.

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El Paro le madrugó a la navidad y se ha mantenido desde la primera semana de diciembre en las principales calles medellinenses.
Para Luis Alfredo Atehortúa Castro, docente e investigador de la Faculta de Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia, aunque los ciudadanos de Medellín también estén poniendo la cara a la hora de marchar, «las movilizaciones en las calles no son exclusivas de Medellín ni de Colombia: son un reflejo de lo que está aconteciendo en América Latina».
Y aunque diversos grupos sociales se han sumado a las marchas con sus reclamos (entre ellos los indígenas, los defensores de los animales, la comunidad lgbti, etc.), para el profesor Atehortúa las razones de las desestabilizaciones siguen teniendo un trasfondo económico.
«El modelo macroeconómico inspirado en el neoliberalismo en los años ochenta hace ratos viene agotándose en relación a las promesas de crecimiento y desarrollo económico, pero con una deuda en materia social y de derechos ciudadanos, expresados en la precarización laboral, la permanente disminución en los recursos para salud y educación, y la configuración mercantilista el Estado», dice Atehortúa.

La fiesta de la protesta
En Medellín se han presentado hechos violentos, como las arremetidas desproporcionadas del Esmad durante las congregaciones en Ciudad del Río el miércoles 4 de diciembre; y hechos lamentables, como la muerte del estudiante de Licenciatura en Educación Física, Julián Andrés Orrego, cuando se detonó la carga explosiva que llevaba al caerse frente a la portería de la calle Barranquilla de la Universidad de Antioquia, el lunes 2 de diciembre.
Sin embargo, esos hechos aterradores han sido la excepción y no la regla en las movilizaciones.
Daniel, un joven de Medellín que ha recorrido América Latina en su deseo de aprender agroecología y permacultura entre las comunidades campesinas, también se sumó a las marchas decembrinas que están teniendo lugar en la ciudad. Es fotógrafo aficionado, y desde el 21 de noviembre, cuando salió con algunos amigos también fotógrafos, ha intentado permanecer en la calle cada que hay una convocatoria.

Con su cámara, Daniel quiere «destacar y promover una protesta creativa que se salga de las arengas, carteles y estrategias tradicionales (que personalmente me aburren), y dar paso a otras formas de expresión que pueden ser más amenas, comprensibles, participativas, reflexivas y motivadoras para el público asistente y observador». Es decir, Daniel quiere retratar el arte que surge entre las marchas.
Sin embargo, nota que el tiempo y la energía no le alcanzan para estar en todas partes. «Mas allá de las marchas del paro, han surgido muchas actividades de diversa índole, en el centro y las periferias del Valle de Aburrá, e incluso al mismo tiempo. A veces se publica información que se contradice: en unos letreros vi que el presidente Duque estaría en Medellín en cierto día, a cierta hora y en cierto sitio, y en otro letrero encontré que estaría a la misma hora en un lugar diferente de la ciudad. Parece que falta comunicación entre las mismas organizaciones», dice Daniel.
Daniel, quien prefiere ser conocido como @humano.salvaje, como su cuenta de Instagram, cree que eso está pasando debido a que el paro y la marcha ya no hacen parte solo de la CUT y los primeros convocantes del Paro Nacional. Y aunque le gusta ver esa espontaneidad que está sucediendo en cuanto a la organización de marchas y actividades desde diferentes grupos poblacionales, le preocupa la posible falta de articulación.

«Veo que la gente ha salido a expresarse convocada por la inconformidad general, sin partidos políticos y con manifestaciones artísticas de todo tipo, combinando protesta y música, protesta y video mapping, protesta y performance. Se ve de todo. Y hay dos cosas que me han llamado la atención: que en los recorridos muchas personas que están en sus casas salen a apoyar la marcha golpeando una cacerola, y que los mismos marchantes tratan de controlar a los que se pasan y empiezan a hacer daños, tirar piedras o pintar las paredes», dice Daniel.
Aunque reconoce que también se han encontrado con personas que les gritan «¡Trabajen, vagos!».
Al respecto, Daniel dice: «Ellos no tienen en cuenta que nosotros trabajamos, estudiamos y también protestamos. Es que hacemos varias cosas a la vez».
Para el profesor Luis Alfredo Atehortúa, ante las manifestaciones ciudadanas el Estado ha actuado de manera represiva por medio del Esmad.
«Ha sido algo desconcertante, pero también lógico porque se trata de un gobierno que se siente impotente para responder con argumentos a las exigencias argumentadas de los jóvenes y la ciudadanía, lo único que encuentran es la violencia a través de los gases lacrimógenos, la detención arbitraria y el maltrato a quienes se han detenido en los últimos días por, como dice la gente por ahí, porte ilegal de cacerolas», dice el profesor Atehortúa.
Por otro lado, consultado sobre el particupar fenómeno de que en Medellín se estén dando importantes movilizaciones aún siendo unas de las ciudades que votó masivamente por Iván Duque, el profesor señala: «Una cosa es la participación política expresada en las elecciones y otra cosa es la participación ciudadana expresada en las movilizaciones. Lo más paradójico es que esa gran masa de jóvenes que marcharon en el transcurso de estos días, la gran mayoría no votan. Y eso es algo que nos debe confrontar y ser un tema de discusión importante, porque son jóvenes que tienen experiencia política en sus barrios y organizaciones sociales (como organizaciones de mujeres, Lgbti, animalistas, artísticos y culturales, etc.), ellos son sujetos políticos en sus barrios y territorios, pero a la hora de las elecciones, están alejados de la participación electoral y de los partidos políticos».

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