
Por: Valentina Giraldo Restrepo
Siete son las mujeres para uno, dice Lisandro Meza en su canción, no sé si inspirado en el profeta Isaías, quien escribió que siete mujeres echarán mano de un hombre. La ley islámica permite a los hombres tener hasta cuatro mujeres, siempre y cuando cada una reciba el mismo trato. En Colombia la bigamia hasta el año 2001 era un delito y sus practicantes podían recibir un castigo penal de entre uno y cuatro años de prisión. Para fortuna de Fernando, se volvió legal.
Mañana es domingo y Fernando se va a ir a caminar a El Tambo, en La Ceja, Antioquia. Cuando Fernando está en mi casa, a las 9:00 p. m. Amparo pone la ropa de él en el comedor, la ropa que usará al día siguiente. No importa que vaya para el monte, siempre veo sobre la mesa una camisa de manga corta a cuadros, un pantalón clásico, un par de medias y un pañuelo blanco. Sus compañeros de camino le dicen el Dandy de la montaña. Fernando siempre tan elegante.
—Es que yo soy el caminante más práctico de todos, por eso mandé a hacer un bolso bien chiquito. Al cepillo de dientes le partí el cabo por la mitad, el bloqueador lo metí en un frasco de gotas para los ojos y el almuerzo lo llevo empacado en una hoja de bijao.
—¿Y si llueve?
—Que llueva. Me declaro enemigo número uno de las sombrillas, los sacos, las carpas y todos esos encartes.
Con su bigote desarreglado
«Mucho gusto, Javier Giraldo, un amigo más, un enemigo menos. Así se me presentó mi tocayo hace unos 30 años», me cuenta Javier Vásquez, propietario del Bar Colón, el lugar donde Fernando dice que venden el mejor tinto de Medellín.
—Él es el primero en llegar, a las 5:50 a. m. ya está acá. Siempre lo veo leyendo la prensa o haciendo cuentas y tomando tinto.
—¿Y cómo le gusta el tinto?
—Bien oscuro y en el pocillo campana Corona, solo toma en ese pocillo.
—Mi tocayo nunca comparte mesa, es una persona muy formal y muy amplia, le manda tintos a los amigos de otras mesas, pero no deja que nadie se le siente al lado.
Javier Vásquez conoce a Fernando hace más tiempo que yo, pues solo tengo 21 años. Javier lo ve casi que todos los días, yo unas cuatro veces a la semana. Pero Javier no sabe muy bien a qué se dedica Fernando, dónde y con quién vive. Según él, Fernando es un hombre muy conversador que todo el tiempo hace preguntas a los demás, sin embargo, evita hablar de su vida. Su intimidad está blindada.
—¿Qué tanto ha cambiado él en estos 30 años?
—Nada, sigue igual, con su mismo bigote desarreglado.

¡Qué muñeca tan preciosa!
Su nombre de pila es Francisco Javier Giraldo, a veces se presenta como Javier, otras como Fernando, pero nunca como Francisco, Francisco era el nombre de su padre. Gladys, su tercera esposa, dice que le ha escuchado presentarse con más de cuatro nombres diferentes, nadie sabe el porqué. Cada vez que su familia le pregunta dice que es una historia muy larga, que ahora no tiene tiempo, pero que algún día la contará.
—Eso fue el 2 de septiembre de 1995, yo tenía 23 años. Yo estaba esperando el bus por el Éxito de San Antonio, cuando vi pasar a un tipo todo bajito con un maletín y me va diciendo «qué muñeca tan preciosa», yo ahí mismo lo miré feo. Él me anotó el número y el nombre, Fernando, en un papelito, lo pensé unos días hasta que lo llamé y empezamos a salir.
—¿Él le dijo que estaba casado y tenía hijos?
—Yo vine a saber eso a los tres años. Él me dijo que vivía solo, pero nunca me llevaba a su casa, hasta que un domingo él me llamó a la cafetería en la que yo trabajaba en Belén, allá había identificador. A los días yo le pedí a la patrona que devolviera la llamada a ese número, contestó un niño, supongo que era Daniel, el hijo mayor. Cuando nos vimos yo le dije de todo, le dije que me había dado cuenta que era casado, él no me negó nada. Su papá me dijo que estaba casado hacía 15 años con una señora, con Clara Inés. Hay una cosa que yo le admiro mucho a él y es que siempre habla muy bien de todas las mujeres, me dijo que Clara Inés era muy buena mamá y muy buena esposa.
—¿Le terminaste?
—Yo le dije que no quería seguir con él, pero me dijo que él a mí nunca me iba a dejar y todavía me dice lo mismo.
—¿Cuándo te diste cuenta que aparte de Clara Inés, también existía Amparo, mi mamá?
—Eso fue como en el año 2000. Usted sabe que a su papá le encanta tomar fotos, y cuando eso él las revelaba en Foto Japón y a todas les escribía por detrás la fecha y qué había pasado ese día. Cuando eso yo ya trabajaba con él, vi que tenía un sobre en el escritorio, él salió y yo lo abrí, eran las fotos del cumpleaños suyo, usted estaba muy chiquita, en las fotos salían su mamá, usted y él. Yo sentí un corrientazo que me bajó por todo el cuerpo.
Fernando y Gladys tienen una hija de 11 años, se llama Laura Sareth. Supe de su existencia cuando yo tenía 12 años, ella dos. Él dejó en la sala un libro titulado Haga leer a su bebé, en la primera página había una dedicatoria que decía: «Hay una mujer muy especial en mi vida, se llama Laura Sareth. Laura tiene dos años y 15 días. Es mi gran deseo que te conviertas en una gran y apasionada lectora. Con todo el amor del mundo, tu papá».
El primer regalo que él me hizo fue un libro de cuentos de los hermanos Grimm, donde al final de su dedicatoria me deseaba lo mismo que a Laura.
«A pesar de todo, hemos sido felices»
Luz Amparo, mi mamá, no quiere que yo escriba esto, dice sentir vergüenza de que la gente lo llegue a leer. Prefiere no entrar en detalles, cuando habla refleja algo de dolor. Mientras Gladys contó su historia entre risas, ella lo hace en un tono colérico. Decidió hablar conmigo cuando no estuviera Fernando.
—En tu pelo, de Javier Solís, fue la primera canción que su papá me dedicó.
—¿Cómo te conquistó?
Amparo se para y trae un libro titulado La gran cocina colombiana, lo abre en la primera página y me muestra lo que él le escribió.
Me encantan:
Tus ojos
Tus besos
Tu voz
Tus detalles
Tus miradas
Y tu sazón.
¡Te quiero como a nadie!
Fernando, 27/07/03 domingo.
Se conocieron el 13 de septiembre de 1989, ella estaba en misa en la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria.
—Cuando yo salí de la iglesia él se fue detrás de mí diciéndome cosas y yo no le paraba bolas, pero insistió tanto que terminé tomándome un tinto con él y vea, este año cumplimos 30 años.
Le pregunto acerca del momento en que descubrió que Fernando era casado, que tenía hijos, de la existencia de Gladys y del nacimiento de Laura. Me responde que no quiere hablar de eso, que ella simplemente no lo recuerda, que hace muchos años eligió olvidarlo para vivir en paz.
—¿Qué es lo más difícil de vivir con él?
—Los caprichos. Él siempre dice que tiene más requisitos que un misal viejo y yo le respondo: pero de los más viejos. Él tiene una manera puntual de hacer las cosas y si las cosas no se hacen como él quiere se enciende.
—¿Nunca has pensado en dejarlo?
—A ver, puede sonar muy contradictorio, pero, a pesar de todo, hemos sido muy felices. Él es alguien que ha estado conmigo en las buenas y en las peores, dolores de cabeza me ha dado todos, pero yo a él lo quiero mucho.
«Un tipo como yo nace cada 100 años»
Después de hablar durante dos horas con Sergio Avendaño, psicoanalista, me llega a medianoche un correo suyo. Hay un archivo adjunto, es el análisis de mi relato. De lo que destaco lo siguiente:
Hay dos grandes preguntas: ¿Por qué se empeña en esconder a Francisco, osea a su padre? y ¿Quién es Fernando?
No llevábamos cinco minutos de relato y Valentina me cuenta que su padre es una persona sumamente encantadora, con sus palabras, con su intelecto, con sus actos. Inmediatamente pienso en una persona de estructura psíquica perversa. Un perverso es aquel que engancha fácilmente, que persuade, que involucra, que se vuelve irresistible y que siempre logra lo que se propone, para el perverso las personas son objetos que están para satisfacer sus deseos.
Aparece un dato no menor y creo que el más interesante, como revela Freud en su texto Más allá del principio del placer donde hace mención a la aparición de la compulsión a la repetición cuando habla de las neurosis obsesivas y es que Valentina me cuenta que su padre tiene una base de datos donde registra todas sus pertenencias y eso me hizo pensar en una persona con conductas muy obsesivas.
¿Cómo ver a Fernando sin sentir incomodidad?
—Yo aspiro a vivir tan siquiera unos 300 años.
—¿Y cómo le vas a hacer?
—Estoy averiguando cómo me hago miembro de la Iglesia de la Vida perpetua.
El nombre de la red wifi de sus casas y su trabajo es Matusalén. Es que Fernando está obsesionado con la longevidad. Dice que necesita mucha vida para tener todos los hijos que desea, para disfrutar de la música vieja y las viejas, para tomar buen tinto y viajar mucho. Piensa trabajar hasta el último día de su vida, nunca retirarse. Se siente cada día más enérgico, según él, el secreto está en los diez cafés que se toma diariamente.
—Hay que seguir haciendo plata, tengo dos mujeres, cuatro hijos y faltan datos de otras parroquias.
Fernando, mi papá, me pasa una lista de sus particularidades, cosas que, según él, lo hacen ser único, pero que acá ya no caben.
—Espero que sigas escribiendo sobre mí y que el otro año, el 19 de abril, cuando yo cumpla mis primeros 63 años, me regales a mí y a la familia un pequeño libro con mis memorias, porque un tipo como yo nace cada 100 años.