Por: Mariluz Palacio Úsuga
«Nosotros somos distintamente iguales, somos nativos de los barrios marginales».
Elemento Ilegal
Para subir a El Faro se requiere estado físico y es que está ubicado en el pie del cerro Pan de Azúcar, en el extremo oriente de Medellín. Sus más de 2.000 habitantes, muchos de ellos fundadores, lidiaron con las trochas y la falta de transporte, pues hasta hace poco tienen vías de acceso construidas por ellos mismos. Y es que como cantan en sus versos de rap son «diversidad de razas, de tribus y de masas», campesinos en su mayoría desplazados que luchan por dignificar su vida y su territorio en un barrio que ante la administración municipal no existe, pues no está dentro del perímetro urbano de la ciudad.
Tras un recorrido de 20 minutos desde el centro de Medellín se llega al barrio. Desde aquí la ciudad se observa espléndida, inmensa, creciendo a cada minuto, indiferente. Pero El Faro siempre alumbra y aunque fuera a punta de vela, en sus inicios, los vecinos unieron sus manos y desde el empirismo y la entrega crearon organizaciones.

Un faro de resistencia
Precisamente dos de esos colectivos aunaron esfuerzos para resistir y visibilizar a El Faro. Elemento Ilegal, a través del arte y la cultura, y Arrieros, con una apuesta política y de reconocimiento social donde el turismo comunitario tiene un papel relevante, pero no único.
Es una tarde gris de octubre y mi encuentro allá, a 2.100 metros sobre el nivel del mar. En El Faro está Anthony Duque, uno de los integrantes de Elemento Ilegal que llegó al barrio en 2014 por esas casualidades de la vida. Me cuenta que como colectivo Elemento trabajaba desde 2008 en Caicedo Las Estancias, pero casi desaparece en 2012; «nos conocimos con otros colectivos en la Universidad de Antioquia, nos invitaron a apoyar un proceso acá y a la final nos terminamos quedando», recuerda Anthony.
«Fue el renacer de Elemento Ilegal, aquí echamos raíces», dice Anthony.
Sin planearlo, él y otros jóvenes llegaron al territorio para trabajar el arte, la cultura y la pedagogía popular. Allí se encontraron con organizaciones que adelantaban un trabajo político y social como la Junta de Vivienda, la Mesa de Trabajo de El Faro, la Mesa de Vivienda de la Comuna 8 y otras de carácter externo como Techo. Eso de ser o no «legales» fue lo de menos, era prioridad construir, convivir, resistir…
«Ilegales» y Arrieros
Sobre Elemento Ilegal Anthony cuenta que, «desde 2015 comenzamos a presentarnos a convocatorias de Estímulos y nos ha ido muy bien, eso nos ha permitido tener equipos, sonido, instrumentos, uniformes… de una manera auto gestionada. No es que trabajemos articuladamente con la Alcaldía, sino que han sido convocatorias Estímulos y nos las hemos ganado por mérito». Su voz pausada se confunde con el ruido de la lluvia que fortísima golpea los techos de zinc.
Así como el barrio se formó a mediados de los noventa con la llegada de las primeras familias que improvisaron sus casas con madera, latas y plástico, del mismo modo se han tejido las redes comunitarias. Según Anthony este es un asunto de voluntad, y es que el sostenimiento económico de los procesos, aunque es muy importante, acá en El Faro ha ganado otro matiz.
Son esos lazos de fraternidad los que se han convertido en el pilar de un barrio que se edifica entre lo rural con sus cultivos de maíz y frijol, sus gallinas y cerdos, y lo urbano, con su campo de paintball, además de los autos y motocicletas que suelen dirigirse hasta lo alto del cerro.
La lluvia ahora benévola permite charlar de manera más sosegada con Anthony, pero entonces es el frío el que se cierne sobre nosotros, y fue, precisamente, en una de esas tantas noches heladas tan comunes en El Faro que nació a finales de 2017 Arrieros, en medio de un «tintiada» de vecinos y amigos.
Vincularse a la Medellín turística
Arrieros se gestó bajo un objetivo claro: reflexionar hacia dónde apunta Medellín como ciudad de servicios donde el turismo es el eje transversal del modelo de desarrollo actual.
“Es un turismo que se trabaja desde la ciudad supuestamente resiliente, transformadora… pero es una ciudad que no es de realidad, nosotros dijimos “ese turismo va a llegar a la Comuna 8”, especialmente a El Faro, al Pan de Azúcar, a la laguna, por todo lo que tenemos aquí. Entonces, si va a llegar que nos coja preparados y que seamos los de acá, los que estemos generando esa propuesta», señala Anthony.

De este modo, Arrieros más allá de una apuesta por el turismo comunitario: es un proyecto político, de visibilización del territorio, de los procesos, y de sostenibilidad económica gestada por habitantes y líderes como Anthony. Además de Gabriel Monsalve, un historiador crítico y reflexivo, y Óscar Darío Zapata, más conocido como Osquín y desplazado de Yarumal.
La Guarida: lugar de encuentros
Aunque los espacios del barrio se apropiaron para hacer talleres de Rap o MC (Maestro de Ceremonias, o aquellos que componen letras de rap) grafiti, o para reunirse en torno a la planeación de los recorridos hacia el cerro Pan de Azúcar, se carecía de una sede fija para desarrollar todos estos procesos.
De hecho, en el 2018 suspendieron temporalmente los talleres ante la falta de sede, aun así, en mayo de 2019 gestionaron un lugar.
La tradicional gallera del barrio dio paso a La Guarida, el nuevo sitio de vínculo entorno a los colectivos de Arrieros y Elemento Ilegal. La Guarida se convirtió en un lugar propicio para centralizar, además de los talleres de rap y grafiti, las clases de teatro, producción audiovisual y el cine club.

Ya ha caído la tarde de este sábado de octubre, no hay cine club pues en la noche habrá un recorrido nocturno hacia el cerro, pero como siempre, La Guarida está dispuesta para su gente. Varios niños de la zona y asistentes a los talleres llegan a saludar a Anthony y se apuestan alrededor para vernos conversar.
Me cuenta que, precisamente, «en los talleres hay niños desde los cinco hasta los 14 años. En los diferentes grupos hay unos 60 chicos, aunque los talleres fueron abiertos para todo tipo de público, son los chicos entre estas edades los que han llegado. Además, se busca un relevo generacional».
Horas atrás evidenciamos esa apuesta, cuando con decisión y mucho entusiasmo un grupo de adolescentes entonaban las letras de rap que acababan de componer. Letras que le cantan a su barrio, a su paz y tranquilidad, y elogian a esos campesinos fundadores de un territorio humilde pero digno de descubrir.
Para las noches de cine aún no hay video beam propio, pero esto no es obstáculo, pues con la colaboración de David Correa, integrante de Rara Colectivo Audiovisual y encargado del cine club, muy pronto El Faro tendrá uno.
«El objetivo del cine club es facilitar un espacio cultural a la comunidad en general, una población que ha tenido ese acceso al arte y a la cultura vulnerado, porque es un derecho fundamental no garantizado y que muchas veces se considera menos importante que otros. La idea es generar un interés distinto en los chicos y que el otro año se puedan abrir talleres de cine con los que van más interesados”, explica Anthony mientras pregunta la hora y afina detalles con Gabriel. Se acerca el momento de ir hasta el parque de Boston para subir con los visitantes que esta noche estarán en El Faro y el cerro.
Al barrio siempre se vuelve
Desde el grafiti y el muralismo los integrantes de Elemento Ilegal han hecho feeling y conexiones tanto nacionales como internacionales, esto les ha permitido viajar para intercambiar experiencias, y es que los de Elemento han pasado de Chocó, Manizales y Bogotá a Suecia, Brasil, Argentina, Uruguay y próximamente México.
Osquín desde Arrieros no se ha quedado atrás, y también ha tenido la oportunidad de viajar a Ecuador, Perú y México para intercambiar experiencias con otros líderes sociales que como los de El Faro comparten la inquietud por el territorio, sus habitantes y dinámicas.

Viajes cargados de vivencias y aprendizajes que les han posibilitado crecer y realimentar todo el proceso comunitario, social y artístico que llevan al interior de un barrio que nació por necesidad y sin muchas pretensiones, pero que se erige en dignidad, compromiso y desarrollo.
De hecho, pese a los viajes y a no haber nacido en el territorio, Anthony se define como un andariego que se ha quedado con lo mejor de esos espacios visitados y vividos, y que a sus 26 años le han permitido entender la ciudad de otra manera y plasmarla en toda su esencia a través del muralismo y la pintura a la que se dedica desde hace siete años.
Después de hacer trabajo comunitario en el barrio decidió vivir allí, desde hace un año es un habitante más de El Faro, «soy feliz acá, los vecinos, Elemento… la montaña es mágica, enamora, atrapa, es un rinconcito de dignidad y resistencia en medio de tanta banalidad y tanta ignorancia de esta sociedad».