Silencio entre las ballenas

En esta crónica se cuenta la historia de Mirta, una mujer que hizo un viaje de fin de semana a Buenaventura para conocer las ballenas que por este tiempo visitan sus costas, pero terminó frustrada y abusada por un hombre negro que se coló en su habitación.

Por: Julie Rego Rahal

Mirta es una turista que, como muchos, se acercan a Juanchaco y Ladrilleros entre el 23 y 26 de agosto de 2019 para vivir una aventura y cumplir el sueño de ver las ballenas desde cerca.

Rubia, de tez blanca, cincuentona y muy alegre. No tiene quién la acompañe a este maravilloso viaje y decide contactar por la web a un hotel con buenas referencias y muchísimos comentarios positivos: Hotel Papagayos, ubicado en Ladrilleros. Este le ofrece un plan de cuatro días y tres noches, en el que tendrá oportunidad de salir a caminar por los arrecifes, navegar por los manglares hasta las piscinas naturales y por supuesto, el avistamiento de ballenas.

 

Primer día

Después de un pesado viaje, Mirta llega al hotel en una moto desde el puerto. El conductor, un joven afrodescendiente de unos 20 años, le pregunta que si va sola.

—Si, vengo sola.

—¿No le da miedo?

—No, ¿por qué habría de tener miedo?

—A mí sí me daría miedo.

—Pues a mí no.

—¿Y usted de dónde viene?

—De Medellín.

—Ahh usted es paisa —le dice eso, acomodando los espejos de su moto para verle la cara.

—Así es —le contesta Mirta mientras va tomando fotos de las casas pintorescas que va viendo en el camino.

—Usted es paisa y yo negro.

—¡Ajá!

—Usted es paisa y yo negro, ¿qué le parece?

—Que paisa es distintivo de una región, el ser negro, es una raza. También hay paisas negros.

—Somos la raza más bonita. ¿No le parece?

—Si, es una raza bonita.

—Cuando quiera yo la saco de rumba y a pasear. Usted pregunte por Álvaro y ya.

—Gracias Álvaro, no suelo salir de rumba, vengo a conocer y escribir. Soy más de buscar paz.

El hotel, un lugar pintoresco. De paredes blancas y amarillas. Sin puertas ni ventanas, todo al aire libre. La gente amable y simpática. Las habitaciones con aire acondicionado son estilo búngalo alrededor de la piscina, pero alejadas de la recepción.

Mirta siente un aire de paz… ¿O será la ilusión de vivir esta aventura soñada? ¿O el cansancio después de un largo viaje. Se cambia y va a recorrer el hotel. El administrador le dice que puede ir a la playa que queda a cuatro o cinco calles y le da las instrucciones. Pero ella no siente la tranquilad de salir sola del hotel. Son calles y casas de extrema pobreza y aunque le aseguran que ahí no hay ningún peligro, prefiere esperar a que algún grupo salga para pegarse a ellos. No quiere correr riesgos. No es la primera vez que viaja sola y sabe cómo cuidarse.

Después de la cena se queda charlando con sus nuevos amigos Marta y Gerardo, una pareja de esposos de Bogotá, hasta casi las diez de la noche. Pero es tanto el cansancio, que se despiden esperando descansar para comenzar su aventura al siguiente día. Esa noche llueve tanto, que Mirta siente temor de que eso les impida hacer la excursión programada.

 

Segundo día

Amanece gris y lluvioso. En la recepción le aseguran que no es impedimento para salir, en la zona es normal ese clima. Mirta se encuentra con sus amigos. Son agradables, más o menos de su edad y van al mismo tour de avistamiento de ballenas esa mañana. Hay mucha expectativa. Desayunan juntos y comentan lo emocionados que están.

Llega el transporte con el guía. Una moto tirando de una canasta con sillas donde cabemos los quince que iremos. Yo soy una turista más del grupo, con los mismos sueños y expectativas de la mayoría de los que van. Al llegar a Juanchaco, todos se bajan a caminar por entre las calles llenas de barro y desvencijadas casuchas de madera. Su primera impresión fue de tristeza. Desde niña ha escuchado hablar de esta zona como el balneario estrella en el Pacífico colombiano. Tantos años recibiendo turismo y este pueblo no sale de la miseria en que se encuentra. Un pueblo olvidado por el gobierno, sin esperanzas de crecer ni física ni económicamente.

Ya en el muelle abordamos una lancha para cuarenta personas, junto con turistas de otros hoteles. Nos colocamos nuestros chalecos salvavidas y protegemos nuestros teléfonos con fundas para que el mar no las dañe. Yo guardo muy bien mi cámara, esperando que pare de lloviznar para poder sacar buenas fotos.

La emoción de Mirta se podría decir que le salía por los poros. No quería perderse un solo segundo de este avistamiento, pero las ballenas solo asomaron sus lomos. Ni una aleta, únicamente su soplido expulsando el agua. Todos nos sentimos un poco desilusionados cuando volvimos al hotel, pero al día siguiente podríamos repetir la experiencia. Mirta se unió a nuestro grupo en la excursión de la tarde; iríamos a una caminata por los acantilados. Fue una tarde maravillosa. Marta y Gerardo no estaban, salieron con otro grupo, pero había unas chicas de Cali que se hicieron amigas de Mirta y pasaron el resto de la tarde juntas.

Mientras disfrutaban un rato en la piscina después de la larga caminata, se les acercó un guía ofreciéndoles un tour nocturno entre manglares para ver el plancton. El alimento principal de las ballenas, que, aunque de día es imposible verlo, en la noche ilumina el agua en movimiento. Ellas aceptaron con gusto y me invitaron a ir. Acepté feliz, pensando que podía tomar más fotos y conocer la ciudad nocturna.

Al salir a nuestra siguiente aventura, quisimos entregar la llave en la recepción, pero el administrador dijo que no, pues si llegábamos después de las diez, no había quien nos la entregara.

Durante el trayecto, el guía no paraba de ofrecernos la rumba de discoteca. Pero ninguna aceptó. Fue una noche llena de emoción. El manglar tan oscuro, rodeado de los ruidos de la selva, daba un poco de miedo. Pero al golpear el agua y ver brillar esas pequeñas partículas, parecía magia. Era precioso. Regresamos al hotel a eso de las once y media, cansadas y nos despedimos, dirigiéndonos cada una a nuestros búngalos.

Mirta entró a su habitación y sintió un perfume diferente. Se imaginó que habían pasado aromatizando los dormitorios para no sentir el fuerte olor a humedad. Se dio un duchazo, se tomó un relajante muscular y se acostó semidesnuda, porque el calor y la humedad, a pesar del aire acondicionado, eran muy pesados.

No tardó en conciliar el sueño y cayó profunda. Horas después, soñando que alguien la está tocando suavemente, siente que le acarician su vagina y abre los ojos aturdida. Un hombre joven la está manoseando.

–¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí?

–Shhh –responde él, calmado.

–Lárguese, imbécil, lárguese—sigue gritando Mirta, mientras ve a ese hombre ahí parado sin moverse.

Toma su almohada y empieza a golpearlo sin parar de gritar. Pero por cada almohadazo, el joven le manda la mano a su vagina, insistiendo en querer tocarla.

–Fueraaaaa.

–Si grita más le digo a la policía que usted quería violarme —le repetía el muchacho una y otra vez.

–A mí que culo me importa lo que diga, salga de aquí ya.

Aunque el hombre retrocede a punta de golpes con la almohada, no puede salir fácilmente. La puerta está cerrada con llave como la había dejado Mirta.

–Auxilioooooo. Auxiliooooo.

El hombre pierde la calma y sale corriendo hacia la parte trasera del hotel. Mirta cierra de nuevo con llave y en cuanto recupera el aliento, se asoma por la ventana para asegurarse de que el tipo no esté por ahí. Después sale corriendo a recepción.

–¡Auxilio! ¿hay alguien ahí? –el silencio fue su única respuesta.

–Holaaaa. ¿hay alguien ahí?

Al no contestar nadie, decide volver a su habitación y encontró una parejita joven que estaban frente a su búngalo. Con la voz entrecortada y su cuerpo temblando se acerca a ellos.

–Chicos hola, ¿han visto a alguien del hotel?

–No señora. Acabamos de llegar de fiesta, pero no vimos a nadie. ¿Te podemos ayudar?

–Un hombre acaba de entrar a mi habitación y quería violarme.

–¿Uno de camiseta roja? Lo acabamos de ver salir corriendo de aquí.

–¿No me escucharon gritar?

–Si, pero pensamos que estaban jugando.

El sentimiento de impotencia de Mirta era aún mayor. ¿Jugando a las dos de la mañana? ¿Los gritos de auxilio suenan a juego? «Culicagados imbéciles, se les puede caer el mundo a un lado, pero como no los toca, no les importa», piensa Mirta mientras se dirige nuevamente a la recepción buscando ayuda. Por mucho que gritó nadie apareció, así que decidió encerrarse en su habitación hasta que amaneciera. Sus ojos trataban de cerrarse gracias al relajante que se había tomado antes de acostarse. No quería llorar, no sabía qué hacer. Revisó toda la habitación a ver si le faltaba algo. Tenía el teléfono celular, la cámara profesional y su dinero encima de la mesa. De modo  todo estaba en su sitio. El chico no había entrado a robar. El número de teléfono con quien había contactado para la reserva estaba apagado. Solo le quedó sentarse en su cama frente a la puerta, vigilante, esperando que no volviera acompañado para terminar lo que no había logrado hacer.

 

Tercer día

A las seis de la mañana vio luces y corrió a recepción pidiendo hablar con el administrador. Estaban las cocineras apenas organizándose para empezar la jornada. Después de explicarles lo que había pasado, llamaron a Fabián, quién no le quería dar mucha importancia. «Más tarde podemos llamar a la policía», dijo. Mirta exigió que lo hiciera de inmediato y le hizo caer en cuenta lo grave del asunto. Se puso la consabida queja y al levantarnos, nos enteramos de lo sucedido al ver a los policías interrogando a la mujer y a los dos jóvenes que ni siquiera podían dar una descripción el atacante. Ella, sólo podía argumentar que estaba oscuro, que era negro y ella estaba si sus lentes. «Solo puedo decir que tenía alrededor de veinte años y un corte de pelo rapado a los lados y afro hacia arriba». Una descripción que concuerda con el 40% de la población joven del sector.

El hotel no hizo mucho más que cambiarla de habitación a una más segura, para que pasara su última noche ahí. Según ellos, las cámaras estaban fallando y no tenían registro de lo sucedido. Mirta habló con la doña Sixta, la dueña del hotel, exigiéndole que le consiguiera un hotel en Cali para irse lo más pronto posible; no quería pasar una noche más ahí. La señora se disculpó asegurándole que eso nunca había pasado por allá. Que la zona es tan segura, que ellos dejan los samovares, la greca y todo el comedor abierto, sabiendo que nadie les va a robar. Le ofreció una suite con doble seguro y la convenció de quedarse.

Un lanchero me contó que hacía una semana habían estado los técnicos poniendo a punto el sistema de cámaras. Eso me hizo dudar de la inocencia del personal del hotel. ¿Estarían ellos implicados en el asunto? ¿Habrían visto los videos, reconocido al culpable y siendo uno de ellos, decidieron callar?

Las dos excursiones de ese día fueron poco emocionantes para Mirta. Navegar por los Manglares, escuchar nuevamente el sonido de la selva en todo su esplendor en medio de ese silencio y ver las ballenas saltar frente a ella. Las cosas que anhelaba cuando decidió viajar a ese lugar fueron opacadas por aquel silencio interior, aquella frustración causada por la pesadilla vivida la noche anterior.

 

Cuarto día

Salí del hotel al otro día temprano y en el taxi que me llevó hacia Cali y luego al aeropuerto, tuve mucho tiempo para hablar con el conductor. Me decía que, en ese hotel, que él supiera, no se habían presentado casos de esos. Pero que había que tener en cuenta que las mujeres blancas, especialmente las gringas o europeas, iban allá buscando sexo con hombres negros. No importaba si eran bonitas, feas, jóvenes o viejas. Así que podía ser que el muchacho le hubiera echado el ojo desde antes.

Comenté esto con una persona que trabaja en turismo y me dijo que había tenido dos casos de clientes que habían pasado por algo parecido. Por desgracia, nunca denunciaron. Las mujeres nos sentimos avergonzadas o asustadas y preferimos callar esta clase de abusos.

La conclusión a la que he llegado tras hablar largas horas con Mirta después de lo sucedido y hablar con algunos guías y lancheros, que me decían lo mismo que el chofer del taxi, es que el hombre entró a su habitación durante nuestra excursión nocturna, ayudado por alguien del hotel y esperó pacientemente bajo la cama.

Parece ser que las chicas solas, después de una noche de rumba, están borrachas o drogadas y ya estando ahí, aceptan los favores del apetecido negro, o no son capaces de defenderse en su estado. No era el caso de Mirta. Pero sí el de muchas jóvenes que han callado sin escalar el asunto más allá. O se sienten favorecidas o aterrorizadas, según el caso. El tema no sale más allá del hotel y la policía que a su vez son cómplices. Yo no quiero callar el asunto. Quiero que esto se sepa más allá de esas pequeñas fronteras para que más mujeres inocentes no caigan en esta red. No quiero callar, porque Mirta soy yo, he sido víctima de abuso en medio de una aventura que terminó en desdicha por un fenómeno silencioso que ocurre en medio del avistamiento de ballenas.