Por: Estiven Ocampo Bedoya
Al analizar la violencia en Colombia, notamos que las causas de esos 60 años de guerra siguen haciendo eco en lo económico, social y político… hasta el día de hoy.
La desigualdad social y las precarias condiciones de vida y acceso a los servicios básicos en muchos lugares del país siguen siendo elementos desestabilizadores de la paz, generando una violencia que afecta la integridad humana.
Cuando se habla de que todos los actores de la sociedad son responsables de la paz, de promoverla y practicarla, quiere decir que todas las esferas de nuestra sociedad de manera directa o indirecta inciden en esta construcción de «paz positiva». Ésta entendida como los valores y prácticas que las instituciones defienden y promueven.
El término «pedagogía» genera un vínculo inmediato e involuntario con la escuela o los procesos de formación, sin embargo va más allá de ello, la pedagogía recoge la formación de los ciudadanos y ciudadanas en las familias, escuelas, en las universidades y en los procesos comunitarios. Se puede decir que en cualquier lugar en donde haya algún tipo de interacción entre actores sociales con algo en común.
Según la filósofa alemana Hannah Arent, la violencia es un medio por el cual los actores políticos buscan un espacio para ser escuchados. Esta conceptualización nos lleva a pensar en la importancia de converger y aceptar las diferencias. Dentro de la pedagogía de la paz, la diferencia no se califica de manera negativa sino, que al contrario, favorece y enriquece los procesos sociales.
Creo que la pedagogía para la paz consiste en una serie de prácticas que persiguen la justicia y el buen vivir en las relaciones humanas, en donde se contemplan y se valoran todos los modos de vida, creencias, afectos, el cuidado por el otro, la valoración de los recursos naturales y el lugar que se habita. Son protagonistas el respeto, la comunicación y la tolerancia.
Una pedagogía de la paz promulga la libertad y la emancipación de todos. Donde no hay oprimidos ni clase dominante que intenta imponer su modelo de pensamiento, en donde la convergencia de saberes y experiencias alimentan el desarrollo.
«Cuando se le pide a las personas que definan la paz, es corriente que mencionen la ausencia de acciones violentas, pero casi nunca se entiende qué es la práctica de la paz. La paz no es silenciar las armas sino recuperar el respeto y la relación armónica que tenemos entre todos».
Finalmente la pedagogía de la paz también se puede construir con los espacios óptimos para todos y todas. Espacios que generen y mantengan un bienestar colectivo, en donde las ideas y los proyectos de vida salgan adelante. Donde el reconocimiento social del otro tenga validez. Que se generen pautas de ejemplo y comportamiento y se desdibuje la imagen del pillo, del narcotraficante, de los negocios ilegales, la prostitución y todos los vejámenes que atentan contra nuestra sociedad. En donde las artes, la cultura, el teatro, la danza, la música, la pintura, la escritura y la lectura movilicen a los ciudadanos a pensarse a sí mismos como sujetos y a pensar también la sociedad que quieren reconstruir en paz.