Mujeres mecánicas: glamour en los talleres de Barrio Triste

Ponen su glamour en esas calles sucias de la ciudad y demuestran que no hay trabajos exclusivos para hombres: que después de aprender un oficio la mujer también puede encargarse y tomar el poder.

Por: Dary Cadavid

Barrio Triste, ubicado en la Comuna 10 de la ciudad de Medellín, también es conocido como el barrio de los mecánicos o Sagrado Corazón. Se ha convertido en un gran referente automotriz de la ciudad, donde llegan todos los días cientos de dueños de carros, particulares o de servicio público, para buscar servicios de repuestos o de reparación.

Con una mezcla de humo, grasa, llantas, tornillos y, cómo no, el glamour único de la mujer, comienzan allí su oficio, su rutina diaria, su dura realidad, tres mujeres que con verraquera, firmeza, decisión y perseverancia enfrentan diariamente ese hostil lugar para poder sobrevivir.

Ellas son Blanca, una mecánica a la que llaman «La Mona» y se encarga de la suspensión, la amortiguación y los frenos; Lina, también mecánica repara la suspensión; y Mónica es la soldadora.

Aunque son pocas y causan curiosidad, allí de pronto te puedes tropezar con una de estas tres mujeres que ya van siendo reconocidas en el sector por su tenacidad y por esa actitud que las impulsa a resistir tantas adversidades que se les presenta cada día. Ellas demuestran que no hay trabajos exclusivos para hombres, y que después de aprender un oficio, la mujer también encargarse y tomar el poder.

 

Blanca Cano

Le dicen «La Mona» y tiene 40 años, cinco hijos y está soltera. Proviene de Urabá, Antioquia, y llegó a Medellín con sus hijos a casa de su madre y hermana. Allí la recibieron y dejaron quedar mientras colaborara con los gastos.

Fue la primera mujer, hace 14 años, en atreverse a ser mecánica en el sector: «Edison Montes, alias “Muelas”, y “Memo”, dos mecánicos que trabajan aquí desde hace años, fueron los que me dieron la mano y la oportunidad de aprender el oficio. A ellos les debo mucho y les estoy agradecida», dice Blanca.

La Mona es ahora una de las mejores mujeres en reparación de carros, en suspensión, amortiguación y frenos, por encima de cualquier hombre y, como dice ella, «la vida es dura, pero hay que ser más dura para poder sobrevivir».

 

Lina Hernández

Es una mujer soltera, de 28 años, que labora como mecánica en Barrio Triste desde hace cuatro. Junto con Edison, otro mecánico compañero de trabajo, tienen una niña llamada Evelyn, de ocho años, que mantiene la cara sucia y engrasada y camina por todos lados, pero siempre pendiente de no alejarse de sus padres. Ellos no viven juntos, pero ambos velan por el bienestar de su pequeña.

Lina sólo trabaja los fines de semana, incluyendo los días festivos si es necesario, porque en semana se dedica a cuidar a su hija. Llega temprano al trabajo, sin falta, con el cabello recogido que nunca se suelta, un pantalón remangado, unos tenis pisa huevos y un buzo negro para protegerse de la fría mañana. Lina es sencilla pero limpia, y claro, con un toque de glamour.

La mujer se acerca a un elegante carro donde ya está Edison cambiando una suspensión, para pedirle las llaves donde guardan la ropa de trabajo. Ahora cambia su look por una camiseta de Adidas, una sudadera ancha y un par de zapatos plásticos renegridos por la grasa y así comienza su rutina, que dura unas ocho o nueve horas, debajo de un carro, entre llantas, agua destilada, bandas, grasa y tornillos… Suspensión va, suspensión viene, ¡A camellar se dijo!

 

Mónica Bedoya Mazo

Esta joven mujer soltera, de apenas 22 años, desde los 19 se dedica a lavar radiadores y sondear en los talleres de Barrio Triste.

Mónica lleva la carga de una vida dura y triste, pues de niña quedó huérfana y tuvo que comenzar a trabajar desde los 13 años para poder salir adelante.

Comenzó a trabajar en lo que resultara con tal de sobrevivir.

Un día conoció a un amigo que le dio la oportunidad de trabajar en un taller del sector llamado “Radiadores Rengifo”, donde aprendió a sondear, a lavar radiadores y a soldar.

Llega todos los días como si fuera a la oficina, luciendo un pequeño top que va bien con su delgada figura, unos zapatos altos y una minifalda que deja ver los tatuajes que forran su cuerpo. Y divinamente maquillada para resaltar su bello rostro, dice: «eso sí, yo no pierdo el glamour».

«Luego me cambio, comienzo con mi día y con muy buena actitud, me pongo mis botas platineras, mi pantalón de drill y una camisilla negra cuando mi camisa de trabajo la mando a lavar, y estoy lista pa’ las que sea».

Mónica solo vive, con sus fieles compañeros a quienes ama con pasión, un perrito y una tortuga. Con un pasado difícil y una vida diferente, Mónica afirma ser muy feliz.