Trans: activismo y normalidad

Sufren tantas persecuciones y amenazas, que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) asegura que «el promedio de expectativa de vida de las mujeres trans en América Latina es de 35 años». ¿Qué están haciendo en Medellín para luchar por sus derechos?

El origen de la vida. Laura García retratada por Sebastián Uribe.

Por: José Daniel Palacios

Fotografía: Dary Cadavid

 

En Colombia, entre 2010 y 2017, han muerto 207 personas trans; 87 fueron asesinadas en crímenes por prejuicio, 21 con un motivo diferente y 99 con información insuficiente para determinarlo, según cifras de Colombia Diversa. Frente a la colombiana y a la realidad de otros países de América latina, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) asegura que «el promedio de expectativa de vida de las mujeres trans en América Latina es de 35 años».

La población LGBTI ha enfrentado en Colombia sucesos como el que desde 1936 y hasta 1980 «instituyó el delito de ‘acceso carnal homosexual’, el cual establecía que las relaciones homosexuales entre varones eran un delito punible» como evidencia el informe Aniquilar la diferencia del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) puntualizando el artículo 323 del código penal, donde las sanciones iban de seis meses a dos años de cárcel para hombres homosexuales.

«Para las autoridades no estaba clara la diferencia entre personas con orientaciones sexuales no normativas y personas con identidades de género no normativas, así que ambas estaban recogidas en la idea de ‘homosexual’», asegura el CNMH.

Esas acciones, que recogían sobre el concepto de homosexual a todas las identidades, se enfrentaron también a una persecución que según el mismo informe de Aniquilar la diferencia se dio a través del decreto 522 de 1971 donde se restablecía la vigencia del artículo 323, promulgando que «El que en sitio público o abierto al público ejecute hecho obsceno, incurrirá en arresto de uno a seis meses» y siendo usado para perseguir a personas trans que no se ajustaban a «parámetros hegemónicos del orden de género».

 

 

De Colombia a Medellín

En las cifras publicadas sobre asesinatos, amenazas y violencia policial en contra de la población LGBTI, Medellín y Antioquia lideran la responsabilidad; según Carlos Alejandro Rodríguez «entre el 2012 y el 2015, Antioquia registró el 29% de todos los homicidios perpetrados contra personas Lgbti en Colombia», una cifra publicada en Ser Lgbti y no morir en el intento de El Espectador.

A las cifras que han recopilado todas las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales sobre violencia en contra de la población LGBTI, y especialmente en contra de personas trans, se suman las políticas públicas que han pretendido promover soluciones al reconocimiento de la diversidad. Medellín por su parte, cuenta con una política pública para el reconocimiento de la diversidad sexual e identidades de género desde 2011.

Esa política pública, que depende de la Secretaría de Cultura Ciudadana, reglamenta –entre otras cosas- la existencia de un Centro para la Diversidad Sexual y de Género, ubicado cerca al Parque Bolívar y a Barbacoas, una calle que Pedro Correa, en Atrio gay asegura que demuestra cuánto ha crecido la minoría LGBTI de esta ciudad.

 

 

El Estado para los trans

Desde lo legal, la población homosexual ha tenido avances en derechos humanos al interior del país y en la consecución de otras posibilidades que han sido evaluadas por la Corte Constitucional a través de tutelas interpuestas, que dieron como resultado sentencias históricas para ese segmento de la población. Algunas de ellas han sido enfocadas específicamente en ciudadanos trans.

La sentencia T-918 de 2012 establece el derecho a la identidad sexual, a la salud y su relación con la identidad sexual (en lo que tiene que ver con la reasignación del sexo) y a las modificaciones en documentos de identidad; la sentencia T-099 de 2015 logra la no obligatoriedad del servicio militar para las mujeres trans y la sentencia C-075 de 2007 reconoce los derechos patrimoniales de las personas de los sectores LGBTI.

 

La vida como trans

Para Laura García, el resultado de su proceso como trans -hoy, a sus 20 años- fue «la entrada al paraíso». Aún cuando asegura que el proceso de transición es «guerra con uno mismo» reconoce también que «en un país como Colombia es guerra con los otros» y una sociedad que no siempre respeta la diferencia. Además, considera que no todas las personas trans deben convertirse en activistas de los derechos de la comunidad a la que pertenecen, no sin reconocer que hay figuras públicas que sí se ven obligadas.

«Tu cuerpo es un ente político. Ahí hay activismo» afirma García al justificar su participación política como mujer trans en Medellín. Frente a esa realidad, Laura define lo normal como la vida de la mayoría, sin embargo, prefiere construir su experiencia desde la autenticidad, lo que ella define como «un nuevo normal».

 

Maria Alejandra Roldán. Fotografía: José Daniel Palacios.

 

Otras voces de mujeres trans, como la de Maria Alejandra Roldán López, hablan de un interés por una vida «normal» desde la cotidianidad de una mujer. Roldán es diseñadora de modas, tiene una barbería en Moravia y está casada con un hombre brasileño. Su tránsito se vio obstaculizado por su mamá y su hermana, y cuando recién iniciaba su proceso hormonal, lo reversó para volver a caracterizarse como hombre hasta que su cuerpo y su vida tomaron la forma que siempre tuvo para ella.

Maria Alejandra asegura que tiene la vida que quizá muchos trans desearían: una pareja que no se avergüenza de ella en la calle y una economía estable. Asegura también que cree en Dios, pero no en la iglesia que a través de sus ministros ha visto consumir el servicio de hombres y mujeres que se prostituyen para su satisfacción. En uno de sus 37 tatuajes está la frase «El corazón del hombre es su propio dios».

Sobre el concepto de normalidad de Maria Alejandra, Carolina Tamayo –activista por los derechos de la comunidad LGBTI en Medellín- considera que a veces lo normal podría convertirse en heteronormativo (que significa que está regido por las normas de lo heterosexual), sin dejar de reconocer que entre la población diversa siempre hay formas diferentes de existir.

Para Tamayo, el activismo por los derechos de la población diversa en Medellín ha ocurrido –en su caso- de diferentes formas: desde presentar la marcha gay como mujer trans, hasta sacar su espectáculo de las discotecas y llevarlo a teatros como el Porfirio Barba Jacob con la presentación de Trépate con Carolina. A su lado, otras mujeres trans, como Paulina Álvarez, han construido nuevas narraciones que responden a realidades complejas como la prostitución.

Para Álvarez, la prostitución es una decisión y una opción, asegurando que, aunque hay una causa para esa decisión, «uno también puede labrarse el destino» y como en su caso, escoger una vida profesional lejos de esa realidad. Frente a ese fenómeno Carolina Londoño Gutiérrez, sexóloga de Transeres (un grupo de apoyo para personas transexuales, sus familias y sus amigos) asegura que no se puede afirmar que la prostitución sea un factor común entre personas trans en Medellín.

En sexología, según Londoño, no existe lo normal o lo anormal, por lo que afirma que «hay un continuo, que es aquello que tiene dos extremos y en la mitad una gama de intermedios todos absolutamente válidos, y bajo el concepto del continuo pudiéramos decir que existen múltiples formas de ser trans».

 

 

La batalla del lenguaje

El prefijo trans, que significa «de un lado a otro» es usado para definir a los transexuales, un término «perteneciente o relativo al cambio de sexo»; al travesti, como como quien «se viste y se caracteriza como alguien del sexo contrario», según la RAE y a los transgénero, como personas que difieren del sexo asignado al nacer y que utilizan diversos medios para que su cuerpo corresponda a su identidad de género, según Planned Parenthood.

Aunque organismos como la Real Academia de la Lengua Española todavía no reconocen términos como el «transgénero», su uso se ha generalizado para abrirle espacio al reconocimiento de la población transgénero que existe bajo ese nombre y con esa identidad.

Sin embargo, organismos como la organización Mundial de la Salud, continúan generando interlocuciones en los términos con los que se refiere a esta población. Desde el 17 de mayo, la OMS cambia el término «transexual» por «incongruentes de género» argumentando que ‘transexual’ generaba estigmas y creaba barreras en la atención sanitaria, según El País de España.

El lenguaje, la historia política y judicial que han tenido que enfrentar, y la vida como trans en Medellín, han generado infinitas formas de habitar el espacio con esa «condición humana» como definió Carolina Gutiérrez la transexualidad, una situación a la que Laura García, una mujer trans de 20 años, concluye que no es «translaura» y su vida está construida «sin un referente trans» y alrededor de otras cosas.

 

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