Se me regó el jugo de mora

Mientras preparaba el almuerzo para los niños que cuidaba en el jardín, una madre comunitaria recibió un impacto de bala. Fue durante los días de guerra en la Comuna 13 de Medellín. «Al menos los niños están bien», decía ella. Era su único consuelo.

Por: Aída Montoya

Imágenes: Dary Cadavid

 

Sucedió en un jardín comunitario del barrio El Salado, donde niñas y niños pasaban la mayor parte de su tiempo, entre las ocho de la mañana y las cuatro de la tarde.

Era un día común y corriente, entre el ir y venir, el juego, la creatividad y el gran amor que podía brindárseles a aquellos angelitos inocentes que sentían pasar la vida con normalidad, a pesar de las dificultades y las circunstancias que nos aquejaban como comunidad.

Hacia el mediodía, Luz organizó el comedor para servirles el almuerzo. Era sopa de lentejas con arroz, ensalada de pepino y carne de cerdo. Los niños cumplieron sus hábitos de lavarse las manos y pasar a la mesa situada en aquel enorme salón. Luego la oración para agradecer a Dios por los alimentos.

Todo estaba listo, solo faltaba Verónica, aquella hermosa niña de piel blanca y ojos verdes, cabello rubio y rizado, cuando algo impactó muy fuerte a Luz en su muslo izquierdo, algo que entró por la ventana de la habitación y pasó por encima de la cabeza de Verónica.

Pero Luz ni se enteró, después dijo que solo sintió una quemadura como de palmada, pero su hermana sí que se dio cuenta. Ella estaba sentada en un mueble detrás y gritaba:

 

–Te dieron, te dieron

–¿Me dieron qué? ¿Qué paso? ¿Por qué gritas? –preguntó Luz.

–¡Un tiro! –respondió en medio del susto.

 

Luz se miró las piernas y vio que tenía un agujero en su muslo izquierdo. En ese momento solo pensó en agradecerle a Dios por recibir ella el impacto y no Verónica, esa niña rubia de la que estaba a cargo.

 

 

En pleno alboroto llegaron sus tíos, su mamá y algunos otros que ya ni recuerda, pero Luz seguía en completa calma, no porque aún no sintiera dolor físico, sino porque era mayor el dolor en el alma y el desconsuelo de ver a esos niños y niñas preguntándole:

 

–Profe, ¿qué le pasó?

–Nada mis niños. Se me regó el jugo de mora –respondió ella, para no alarmarlos.

 

Casualmente era el jugo que tocaba ese día.

 

 

Pidió a todos que calmaran el alboroto porque allí estaban los niños, pero nadie hizo caso. Se cambió el uniforme ensangrentado que tenía puesto, sacó su directorio telefónico y se lo entregó a Beatriz, su prima, para que llamara a cada uno de los padres y les pidiera que asistieran por sus hijos, explicándoles lo sucedido.

Solo así pudo irse tranquila para el hospital. Al menos los niños estaban a salvo.

El dolor físico llegó después. Logró sanarlo con medicamento y terapia, pero la tristeza permaneció por un tiempo. ¿Por qué a mí?, se preguntó muchas veces, entre el llanto.

Hoy puede contar esta historia, segura de haber vencido aquel dolor físico y emocional, y con el consuelo de que, al menos por esa vez, los niños estuvieron a salvo.

 

 

Lluvia de Orión: El poder de la narrativa.

Conoce aquí lo que hemos hecho.

 

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Esta crónica fue escrita por una madre comunitaria que participaba en el Taller de Escritura Creativa de la Biblioteca Pública Centro Occidental. Fue en el mes de octubre de 2017, durante una serie de ejercicios de escritura que se hicieron para conmemorar los 15 años de la Operación Orión. Originalmente se publicó en la edición número 64 del periódico Signos desde la 13, octubre-noviembre de 2017.