Por: Andrés Valderrama Castrillón
–Ay qué pesar, como me salió de feíto el niño- se lamentaba mi madre con los familiares, creyendo que repitiendo eso le restaría importancia a mi apariencia.
–Tranquila negra, que ellos con el tiempo se arreglan– la secundaba mi padre.
Los meses pasaron y mi mamá se acostumbró a mi fealdad, al punto de casi no sentir pesar. Pero mi papá se cansó de esperar a que me «arreglara»; y un día, cuando desperté, él ya no vivía en la casa. Mis primas mayores me explicaron que me abandonó por feo. Es que él era un hombre apuesto y no podía verse emparentado con un «miquito» como yo.
Parece que cuando mi papá nos dejó tenía prisa, porque olvidó todos sus libros. Entre ellos había uno que llamó mi atención. Era un libro de arte, de pasta dura, y estaba plagado de «dibujitos». Curioseando sus páginas fue que encontré (para mi consuelo) al bebe más feo del mundo. Tenía los ojos torcidos, la cabeza diminuta, el cuello demasiado largo y delgado, y las costillas marcadas. Y a pesar de todo yacía en brazos de su orgullosa madre.
Nacimiento (autor y fecha desconocidos).
Me obsesioné con ese pequeño homúnculo al que llamaban niño Jesús. Y dediqué mis días de infante a encontrar más imágenes de aquel horrible infante. Y la verdad en cuanto a eso Jesucristo nunca decepcionaba. ¡Aparecía en tantas pinturas!, y en cada una más feo que en la anterior. Ya no sabía si era muy flaco o muy gordo, con la cabeza grande o pequeña, o si tenía los ojos separados o juntos.
Cuando aprendí a leer supe que su desaliño estaba relacionado con su tarea mesiánica. Aquel bebé no debía lucir como tal porque, según el libro, Jesús nació aprendido. Su misión era venir al mundo y enseñarle cosas a la gente, y supongo que si lo veían con los mocos secos en la cara, como el resto de los bebés, nadie habría querido escucharlo.
En definitiva: le sentaba mejor una alopecia androgénica.
The Twins Clara and Aelbert de Bray, (pintura de Salomon de Bray, 1646),
National Gallery of Scotland, Edinburgh.
Entonces la iglesia pidió a los artistas de la época que lo pintaran como un “señor pequeñito” y cada uno hizo su propia versión del mesías. Hubo incluso el que, usando como modelo al tío mayor de la casa, le pintó una inquietante barba de hombre pequeño.
Esto me decepcionó profundamente. Al menos aquel feo tenía excusa. No como yo, que era un feo sin más. Ya han de imaginar cómo me puse cuando me enteré que, con el tiempo, ese niño se «arregló» (como decía mi padre). Hoy en día el niño Jesús es un bebé hermoso de cabellos rubios, como aquellos querubines que aparecen en los comerciales de pañales.
Yo, en cambio, quedé igual de grotesco.
A continuación, galería de imágenes de más niños Jesús feos en pinturas del Renacimiento:
Lluvia de Orión: El poder de la narrativa.
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