Por: Cristhian Agudelo
Aunque aparenten sencillez y tranquilidad, siempre he pensado que las vidas de los niños y los perros son complejas: sin mucho poder de acción o palabra, limitados a las decisiones que adultos y los humanos tomen por ellos, terminan, muchas veces, pagando por errores que no cometieron o recibiendo cosas que no pidieron, que no quieren o que quizá nunca han merecido.
Nadie se imagina realmente lo que sienten o piensan más allá de interpretaciones vagas de sus llantos, sonrisas y rabietas. Cada vez que los veo en la calle, cada vez que me acuerdo de mirar al suelo, me pregunto si sus padres o sus amos saben realmente en qué los están convirtiendo y si nosotros, al crecer, sabemos realmente en qué nos hemos convertido.
Barrio Antonio Murillo, Rionegro, Antioquia. Práctica fotoperiodística con el Instituto Henry Agudelo: #HaciendoVisibleLoInvisible
Lluvia de Orión: El lugar de las historias.
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