El mago

¿Creen ustedes en lo sobrenatural? ¿En sucesos que, acontecidos en la cotidianidad, de un momento a otro toman un viraje inesperado y sobrepasan el umbral de lo posible?

Por: Joan Guzmán

Fotografía: Manuela Escobar*

Una parte de mí aún se resiste a creer que la magia es posible. Pero hace dos meses, a mediados de febrero, para ser más precisos el jueves 15, después de salir de clase, a eso de las 10:00 a.m., cogí un bus de Circular Coonatra en plena avenida Barranquilla, en las afueras de la Universidad de Antioquia. Mi moto estaba donde el mecánico en su revisión periódica, de manera que tuve que someterme a una torturante hora y media de desplazamiento para llegar a mi casa. En la glorieta Coca – Cola, alguien le puso la mano al bus, este se detuvo, el pasajero subió y cruzó algunas palabras con el conductor, acto seguido, el hombre saltó con soltura sobre la registradora y se quedó allí escrutando por breves segundos al resto de los pasajeros. A mí me dio la sensación de que nos estaba contando. El hombre tenía un aspecto sombrío: alto de estatura, 1,95 metros quizás, barba poblada y larga, muy negra, algo enmarañada, ojos negros, tristes, orlados por unas marcadas ojeras. El cabello le llegaba a los hombros y, pese a tan peculiares características, creo que lo más llamativo de su presencia, era la fina delgadez que poseía. Sin llegar a un punto extremo, tal delgadez denotaba más que debilidad, firmeza.

Cuando habló, se dirigió al público como lo hacen los confiteros y demás vendedores que se ganan la vida con sus productos o actividades artísticas en los buses urbanos del Valle de Aburrá. Lo hizo con voz grave y estentórea, una voz que pronto captó la atención del público. Nos dijo la típica arenga de «disculpas por las molestias ocasionadas. No busco incomodar a nadie, así me gano la vida honradamente…» El hombre concluyó diciendo que nos iba a presentar un acto de magia. Inició preguntando qué número había ganado la lotería de Medellín el viernes anterior, es decir, el 9 de febrero de 2018. Un señor que se encontraba sentado en la parte de adelante dijo con mucha claridad que el número ganador fue el 7958. El peculiar hombre que nos presentaba el acto de magia extrajo del bolsillo de su camisa un recibo de chance y se lo entregó al señor que había anunciado el número ganador.

–¿Es el número ganador? –preguntó el presunto mago dirigiendo la mirada a todos los presentes.

–En efecto –respondió el señor-. Es el 7958, tiene la fecha del 9 de febrero de 2018, está por la lotería de Medellín. Su valor es de $1.000 –Concluyó.

–¿Cuál es el número del consecutivo del recibo? –preguntó el mago.

El señor giró el recibo y dijo unos números que no logré memorizar. El sombrío hombre le pidió al pasajero que aún conservaba el chance entre sus manos que lo rompiera en muchas partes y arrojara los residuos por la ventanilla. El señor, extrañado, miró al aparente mago, y con manos temblorosas accedió a la petición.

–Un chance premiado por valor de $1.000 representa un valor bastante generoso de dinero –empezó diciendo el mago después de que el recibo fue roto en pedazos muy finos y arrojados por la ventana–. Y, ustedes se estarán preguntando qué clase de truco será este. Pues muy bien: qué de extraordinario tendría mi acto si yo, en mis manos hiciera aparecer el mismo recibo, con el mismo número ganador, con el mismo número de serie y se los enseñara a cada uno de ustedes para que lo verifiquen. Creo que no tendría nada de asombroso, ¿verdad?  Tal vez concluirían que en cualquier lugar de mi ropa oculté otro recibo exactamente igual y, sin que nadie lo percibiera, lo extraje. Bien, en parte, eso fue lo que hice –dijo el hombre, para el asombro de todos los que observábamos muy atentos, en sus manos, las que permanecieron todo el tiempo visibles, surgió un recibo de la nada. Las personas exclamaron y mascullaron emocionados cosas en voz baja. El mago, indiferente ante la aceptación del público gracias a su  proeza, sin ningún gesto que así lo indicara, continuó el acto entregándole el recibo a una persona diferente, a una señora que estaba también en la parte delantera del bus y, aquella dijo en voz alta los valores del recibo, los que coincidieron exactamente con los que, unos instantes breves antecedidos, había pronunciado el señor.

–¿Qué de extraordinario tiene esto? –insistió de nuevo el sombrío mago-, pues nada, ¿verdad? Lo extraordinario de mi acto, es justamente que no es un acto, es magia. Les pediré algo: verifiquen en sus bolsillos, en sus billeteras, en sus bolsos o carteras. Allí encontrarán un recibo de chance por valor de $1.000, con el número 7958, por la lotería de Medellín, y, si se animan a comprobar los recibos, verán que el consecutivo no es el mismo, asciende gradualmente de recibo en recibo, lo cual quiere decir que, cada recibo es un premio a cobrar. Si desean comprobar si este acto es real o no, hagan el ensayo de ir a cobrar el premio. Entonces, allí juzgarán mi magia.

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Me hizo pensar, debemos escribir mas a mano ! ?

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La gente empezó a sacar en efecto los recibos de sus bolsos, billeteras, y camisas. Para mi sorpresa, el mío estaba en mi billetera. Al compararlo con el recibo de quien a mi lado estaba, ciertamente como lo anunció el mago, el consecutivo era distinto en el último digito. Mientras esto ocurría, no me enteré del momento en que el misterioso hombre se bajó del bus. De manera casi inmediata la mayoría de los pasajeros empezaron a bajarse. Asumí de una forma especulativa que se dirigían a cobrar el premio. Yo permanecí confundido, preguntándome cómo había llegado el recibo hasta mi billetera.

Todo el día pensé en el suceso sin hallarle lógica al asunto. En horas de la tarde movido por mi mórbida curiosidad; en realidad por mi incredulidad, me dirigí a la central de aquella casa de apuestas a cobrar el premio. Tenía algo de susto en intentar cobrar el recibo. Pensé que me aprehenderían en el acto, sin embargo, cuál fue mi asombro al ver que el cajero sin ningún movimiento sospechoso al digitar el recibo, me solicitó la cédula, le sacó una fotocopia, me hizo firmar el recibo por el anverso en el respectivo campo, y, otros documentos que el sistema le generó. Después me pagó el  premio, me entregó el dinero en efectivo. Yo me marché de allí ahogado en la emoción y la confusión.

 

* Este trabajo fotográfico de Manuela Escobar hace parte de las prácticas de Curso de Fotoperiodismo del Instituto de Fotografía Henry Agudelo.

 

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